Antonio Tapia: «Mi gran queja en este mundo es que hemos creado una sociedad en la que el hombre no es persona»

Guardianes de sueños, la última gran exposición de Antonio Tapia se expuso por última vez en San Pedro del Pinatar hasta el pasado mes de mayo. Aquí Tapia nos desentraña los misterios de su obra. Él es uno de los representantes más significativos de la pintura joven de Murcia, junto con Nono García, Torregar o Juanjo Martínez Cánovas y define su arte como realismo mágico. Tapia es un defensor de la persona, un ejemplo de lucha contra la alienación a la que la sociedad nos somete. Su voz te transmite calma, y sus pensamientos son casi terapéuticos.

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¿Cómo decides, en 1999, a los 33 años, dar un giro a tu vida y dedicarte en exclusiva a la pintura?

No fue una decisión meditada, ni planificada. Empecé a pintar hace 30 años como aficionado, cada vez con más intensidad, pero seguía con mi trabajo. Estaba en una empresa, en la junta de dirección, estaba bien, dirigía gestión de proveedores, almacén, informática… Y un día me mandaron a hacer un cobro de 7.000 pesetas a la carretera de Alcantarilla, que era una de las cosas que nunca había hecho antes. Salí un poco enfadado, porque era viernes por la tarde y mi mesa estaba hasta arriba de trabajo. Y me pregunté, ¿es que no hay nadie en la empresa que pueda hacer esto mientras yo tengo lo mío sin hacer?… Y conforme salí por la carretera paré en el semáforo que hay nada más salir de la que era mi empresa, y en medio de la carretera encontré un sol inmenso. Me encandilaba, y pensé, hace seis meses que no veo el sol, ¿voy a estar toda mi vida igual? Salgo por la mañana de casa a las siete y media, y vuelvo a las nueve de la noche. Muchos sábados tengo que trabajar, ¿voy a estar toda mi vida supeditado a ser administrativo en esta empresa, no voy a ser capaz de hacer algo por mí mismo? Y antes de que cambiara el semáforo de color me dije: lo que me gusta es pintar. Pensé que si el tiempo que le dedicaba a esa empresa lo dedicaba a trabajar para mí, las mismas horas que trabajaba para ellos y ganando la mitad, al menos los problemas no me los llevaría a casa e iba a ser feliz con lo que estoy haciendo, pintar.
Hay que pensar que en esto hay tres segmentos fundamentales, producción, es decir, hacer cuadros; formación, hacer cursos y talleres para formarme; y marketing y ventas, igual que funcionaba la empresa. Pensé que debía intentarlo, para ser administrativo siempre estoy a tiempo.
En ese momento no tenía grandes compromisos, ni familia, ni niños, ni deudas, y vi que más o menos podía ganarme la vida. Cuando cambió el semáforo de color, di la vuelta, dejé el cobro de 7.000 pesetas y mi carta de despido en la empresa, diciendo: como me quedan 15 días de vacaciones del año pasado, en dos semanas vendré a por el finiquito.
No me quería morir sin intentar hacer lo que realmente me gusta en la vida, y de eso hizo 15 años en 2014. Y aquí estamos intentando sobrevivir, pero al menos todos los días hago lo que me gusta, con altibajos, con situaciones más o menos complejas, ganando más o menos. Pero todos los días me acuesto tranquilo y haciendo lo que me gusta: esa es la apuesta que hice, no sé si me irá bien o mal, pero de momento en el camino me lo paso bien.

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Te definen como pintor autodidacta, como tantos grandes de la pintura, ¿cómo aprendiste a pintar fuera del ámbito académico de las Bellas Artes?

Yo he dibujado toda la vida, incluso de pequeño dibujaba bien en la escuela, era de los mejores, pero a los doce o trece años lo dejé. Retomé el dibujo a los 23 años, entonces estaba trabajando en otra empresa y me dieron vacaciones en febrero, me fui a la playa y compré un lienzo y unas pinturas y me dediqué a pintar. Hice la cosa más horrorosa que he hecho en mi vida – dice Antonio Tapia entre carcajadas-, pero me di cuenta de que me gustaba. Y empecé de nuevo, primero con óleos, pero lo tuve que dejar porque no podía respirar, y diez años después me pasó la situación que te he contado al principio.
Me inscribí en varios cursos de Artes Plásticas de la Universidad; me seleccionaron un par de veces para hacer cursos con D. Antonio López; también he hecho algunos de acuarela con Pedro Cano; otros con Cristóbal Gabarrón; también con Pepe Lucas; y con otros profesionales murcianos como Pedro Guirao. Nunca he dejado de aprender de gente que considero que son buenos. Y me parece fundamental, más que la técnica, que se aprende trabajando en el taller, las emociones que ellos te aportan y cómo te cuentan el camino que han pasado hasta llegar a ser como son. Recuerdo que Cristóbal Gabarrón me contó cuando se marchó a París con todas sus ilusiones y se instaló en Montmartre haciendo sus bocetos, y la “mafia” se le echó encima advirtiéndole que él allí no podía vender. Me contó que lo pasó bastante mal allí, iba con una chica polaca con la que compartía habitación y casi no podía salir adelante. Entonces conoció a un valenciano, que era mayorista de patatas, y todos los días iba a comprar con el poco dinero que ganaba. Y un día el mayorista le ofreció trabajar, Cristóbal le contestó: no, yo soy artista. Y finalmente, llegaron a un acuerdo por el cual Gabarrón trabajaba por la mañana para cubrir sus gastos diarios y así resolvió su manutención. La idea de estar en París sin nada, sólo su arte y las ganas de luchar, aprender esto de una persona como Cristóbal, que ha triunfado en el mundo del Arte, me hizo ver que mi decisión no fue una locura, y que como en cualquier profesión hay que buscar lo que te gusta e intentar desarrollarlo al máximo. Yo he decidido seguir pintando llueva, truene o diluvie. Recuerdo, al principio, cuando me dejé el trabajo la gente decía que era una locura. Yo decía que era artista y algunos pensaban que era un vago, otros con su mejor intención me buscaron trabajo. Una de mis amigas me buscó uno de pocero, “mondando ciecas” en la huerta. Pero yo contestaba que lo que quería era pintar. Lo que más he aprendido de otros artistas es que existe un camino duro, pero cuando uno lucha por sus sueños lo que se disfruta es el camino, y los resultados, si se consiguen, también.

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¿Qué destacarías de tu andadura en Colectivo 21?

Fue un período muy chulo, de comienzo, ilusiones y algunas decepciones. Este colectivo apareció a partir del Aula de Artes Plásticas de la UMU. En el último curso que se hizo antes de que el Consejo de Universidades permitiera la creación de la Facultad de Bellas Artes, estuvimos con Juan Romera recogiendo firmas por la calle, pintábamos al aire libre, para que se creara esta facultad. Hicimos una serie de actividades junto con Víctor Méndez, Óscar Ferre, José Antonio Moreno Micol, pero hace ya muchos años, no me acuerdo de todos, fue en 1999. Decidimos crear nuestra propia asociación, llegamos a ser 70 asociados, hacíamos exposiciones colectivas… aunque al final se convirtió en una jaula de grillos. Una de las actividades que más recuerdo es la Primera Muestra de Cortometrajes Colectivo 21, después Murcia en corto, posteriormente un primer concurso a nivel nacional, y finalmente surgió la opción de fusionarlo con el festival de Mula, pero decidimos dejarlo. Había que visionar 300 cortometrajes, la mitad de ellos infumables. En esos años había una producción tremenda, y no eran en vídeo como ahora, eran cine.
Colectivo 21 duró hasta 2007 aproximadamente, estuvimos trabajando con muchos centros culturales de Murcia capital y de las pedanías. Pictóricamente éramos más locales. También hicimos la actividad El Segura ría abajo, cogimos desde el nacimiento hasta la desembocadura haciendo exposiciones en todo el transcurso del río, con pinturas de todos los lugares. La última exposición conjunta fue VAE HOMINI en el centro cultural de Ceutí. Esto se redujo a unas diez personas, que aún seguimos haciendo cosas conjuntas. Nuestra idea es, este año, que hace quince años que creamos el colectivo, hacer una retrospectiva. Estoy muy contento con mis compañeros.

¿De qué pintores has aprendido más, ya sea como maestro u observando su obra?

En primer lugar de Antonio López, porque es un icono, me interesa la idea de reflejar la realidad, aunque él lo que refleja es el tiempo. Su forma de pensar es distinta, el tiempo es tan grande y la realidad es tan difícil que nos supera siempre, jamás seremos capaces de reflejarla. Lo que más me gusta de Pepe Lucas es la espontaneidad y la inteligencia aplicada al mundo del Arte. Me cuesta explicar la gracia natural que tiene Lucas para ser un gran representante de sí mismo. Es capaz de crear cualquier cosa en un momento, el “polvorín” que lleva dentro me encanta. De Pedro Cano me quedo con la atmósfera, cómo consigue reflejar el paso del tiempo, la memoria, todo lo que representa a Pedro en ese “vapor”. Me parece una maravilla, es de lo más bonito que he visto. Finalmente, Cristóbal Gabarrón es otro de los pintores con los que busqué hacer cursos, como los anteriores. Lo mejor de Gabarrón es que utiliza cualquier cosa para crear, pigmentos, tierras, piedra, madera… Esta mente abierta es genial para poder después desarrollar. Cuando yo hago talleres le transmito a la gente que no todo vale, pero  todo es posible. Que yo sea capaz de demostrarte que pinto la realidad tal y como tú la ves, te hace ver que es posible, sin trucos, reflejar la realidad. Si yo soy capaz, tú eres capaz. Esto es fundamental para la gente que está aprendiendo.

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Está claro que tu obra es figurativa, pero, ¿definirías tu estilo como hiperrealista?

Una parte de mi obra anterior es cercana al realismo fotográfico, pero este estilo basa el alma de la obra no en ella misma, sino en la imagen que se ha tomado de ella, y después se copia esa imagen. Es este caso, la intención está en la fotografía, no en la pintura. Yo lo que hago es tomar imágenes y construír mi propia idea. Utilizo fotografías o cualquier sistema que me permita llegar donde quiero, es esto soy promiscuo, igual me da grafito, que hacer una transferencia en un cuadro. Yo trabajo la idea y la desarrollo con las técnicas que conozco. Con esto construyo mi imagen realista; la mayor parte de los cuadros de mi última época, seis o siete años, ya no son cuadros totalmente figurativos, sino que todos tienen una interpretación o he añadido cosas, es como un realismo mágico.

Guardianes de sueños, una de tus grandes exposiciones, está dedicada a los juguetes de los ’80 a primera vista, pero al terminar de verla te das cuenta de que va más allá. ¿Cómo surge la idea de crear una serie de pinturas sobre el sueño, la vigilia de un niño?, ¿qué quieres transmitir con ella?

Guardianes de sueños es un retrato de mi vida. Hace siete años tuve un infarto, que me ha marcado mucho creativamente. Cuando pensaba que iba  vivir eternamente no profundizaba tanto en lo que quería contar con mi pintura. A partir de esto seguí algún tiempo con el realismo fotográfico, pero empecé a contar cosas. Lo primero fue Figuraciones, después Incomunicación, Heridas del tiempo y  al final Guardianes de sueños. En cada una de estas colecciones he ido evolucionando, exceptuando Figuraciones que viene heredada del período anterior, en Incomunicación plasmé teléfonos sin conexión – estas obras son las que ilustran sus tarjetas- sobre paredes viejas. La idea es la imposibilidad del hombre de expresar lo que lleva dentro.
Llegado a este punto hice una mirada hacia mi pasado, Heridas del tiempo, a través de paisajes de mi memoria, como por ejemplo Los peines del viento -conjunto de esculturas de Eduardo Chillida sobre una obra arquitectónica del arquitecto vasco Luis Peña Ganchegui, situado en un extremo de la bahía de La Concha, San Sebastián-. Llegué a verlos después de recuperarme de mi infarto, verlos en aquel día de tormenta, las olas de cuatro metros golpeándolos, y ver el mar saltar… Los peines después de esta lucha permanecían en su sitio. Simbolicé mucho mi vida con eso, aguantar los embates. El oleaje rompiendo contra la memoria de cada uno protagonizó muchos de mis cuadros de ese momento.
Cuando vemos algo impactante, como la visión de la obra de Chillida, en cuanto nos damos la vuelta se convierten en un momento de tu memoria, se van agrietando y van desapareciendo. A la representación de esto le fui añadiendo elementos, como los escarabajos, que son miedos, al igual que las lagartijas son miedos ancestrales de nuestra especie, enemigos. Aparecieron los números digitales en las composiciones y así aparecieron los Guardianes de sueños.

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Me doy cuenta de que mi gran queja en este mundo es que hemos creado una sociedad en la que el hombre no es persona, sino la pieza de una maquinaria, y cuanto antes seas consciente de ello, antes consigues el beneplácito de la sociedad: dúplex, coche, casa en la playa, viajes con tu niño a Disney World.
En cambio, cuando te rebelas a ser una pieza más, la sociedad te responde con patadas, gritos y desprecio. Esta vibración desagradable me llevó a hacer unos cuadros piramidales, donde hay muñecos más grandes y otros más pequeños; y pronto pasé a pintar los de “la pesadilla”, centrados en el niño y la calavera. A partir de aquí surgió el resto de la exposición Guardianes de sueños. Empecé con la temática de la “obsesión”, después “pesadillas” (la parte de cuadros con dameros); después pasé a los de “duermevela” y a los de “liberación”, que cierra el proceso. Este se produce porque después de la “pesadilla”, que refleja mi infarto, en la parte de “ensoñación”, la intermedia, aparecen mis memorias, paisajes y recuerdos integrados en los cuadros. En el momento en que el niño es consciente, los muñecos pasan a ser personas. Cada muñeco que aparece son pasos en mi evolución personal, desde el momento de volver a enfrentarme con la sociedad al terminar la pesadilla de mi infarto, vuelvo a la realidad, que la he plasmado mediante paredes viejas y agrietadas, azulejos que repiten el mismo patrón, reales, no imaginarios como el damero del niño. Con esos muros físicos quiero significar que voy a renunciar a la lucha (mi vida anterior) y voy a buscar mi propio camino –la pintura-.

¿Por qué tu niño sueña con guerra y violencia, quiere ser el reflejo de alguna situación?

El reflejo no es guerra y violencia, inserto al niño en un damero, que es el juego de la vida, que es un campo de batalla. El damero que presento es evanescente, envuelto en niebla. En ese escenario el niño descubre que es una pieza más del juego. Se da cuenta de que al igual que sus juguetes están en sus manos, él es un juguete en manos de otro. Es cuando el niño grita porque descubre que su lucha es inútil. Al despertarse se da cuenta de que si no lucha no va a pasar de ser un juguete en manos de otros.

Tus guardianes protegen en primer lugar la comida del niño, este es su sueño, ¿cómo nace la idea de subrayar el concepto de  propiedad,  en la actualidad más protegido que algunos derechos fundamentales, en la mente de un niño?

Porque a través del concepto de propiedad privada, de “lo mío es mío”, es como la sociedad en la que vivimos nos introduce a la idea de que tienes que proteger lo tuyo por el hecho de ser tuyo, y tiene que ser lo más importante. No son las personas que nos rodean, sino los bienes físicos lo más importante. Este es el veneno que te hace ser una pieza dentro de la sociedad, porque esta te gratifica si sigues esta pauta. Si protejo lo mío y lo engrandezco, cada vez tengo más, cada vez soy más importante y subo más en la escala. Lo más importante es el capital que me rodea, el yo, la parte egoísta es la que gobierna nuestra sociedad, y hay que luchar contra eso. Debemos ser egoístas, pero de otra manera. En el sentido de no dejar que te agredan, no dejar que nos controlen, ser uno mimo. Tengo que protegerme a mí, no lo que me rodea. Si intento repartir sonrisas y buen rollo con los que están a mi alrededor y ayudo y colaboro, normalmente recibiré, aunque no de todos, lo mismo, buen rollo. La vida no se basa en tener, sino en compartir. De aquí surgen mis luchas y enfrentamientos conmigo mismo. Mi enfrentamiento se produce entre lo que me han dicho que tengo que ser y lo que yo siento que debo ser.

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También me sorprende la idea de jerarquía en un sueño infantil, tema de muchos cuadros de la exposición, donde puede verse que uno de los muñecos manda sobre los demás, incluso en diferentes épocas históricas, ¿crees que la jerarquía, en concreto el sistema piramidal que plasmas, puede llegar a ser la protagonista de los sueños de un niño o es un mensaje para los adultos?

Evidentemente es un despertar del niño. No quiere decir que todos los niños se tengan que despertar, de hecho la sociedad se mantiene porque no se despierta nunca. El niño descubre un día que todo se mueve por una cadena que no tiene un sentido lógico. Te cuentan que cuanta más formación y relaciones tengas, más alto vas a llegar, más símbolos de riqueza vas a tener a tu alrededor. Pero un día descubres que “Pepito López” que es hijo o sobrino de, de pronto está siete puestos más arriba en la escala que tú. Y te preguntas por qué.
La sociedad tiene unas normas, y te vas enfrentando a ellas hasta que las aprendes, aunque no sean escritas, y te das cuenta que si te adaptas a ellas la sociedad te va a favorecer.

En los cuadros donde representas un tablero de ajedrez simbolizando la vida misma, donde se presenta al individuo como una pieza más, ¿quieres expresar algo negativo, una vida con los roles inmutables, o algo positivo?

La vida no es buena, ni mala, está ahí. O sobrevives y te adaptas o te mueres. Tienes dos opciones, seguir mirando al tablero y vivir amargado o darte la vuelta e intentar hacer otra cosa distinta, al margen de la sociedad, pero no contra la sociedad. La sociedad no es mala, está ahí, a mí no me gusta, pero para mucha gente es válida. La vida no es mala, es una convención que nos hemos dado para sobrevivir, lo que ocurre es que a mí no me gusta esta convención.

En otras obras aparecen muñecos insertados en el contexto de una persona real, ¿son estos muñecos una máscara, la personae de las comedias griegas, para sobrevivir en la vida real?

Efectivamente, los muñecos representan a partir de un determinado momento de la exposición arquetipos de personas, los que la gente se crea para enfrentarse a la sociedad. La cara amable, sencilla y súper pulida y limpia que damos a todo el mundo, pero tenemos nuestra realidad interior, que es diferente. Los muñecos responden a uno de los arquetipos de Jung, que es el arquetipo de persona, la imagen que nos creamos para navegar en esta sociedad.

Los lienzos donde aparecen situaciones, recuerdos, pero agrietados, ¿qué significan?

Es un análisis, realmente cuando llegamos a la parte de ensoñación, tras pasar por la fase de duermevela, donde aparecen los sueños obsesivos con la idea de la pirámide; también pasamos la parte de pesadilla en la que somos conscientes de nuestra realidad; se produce un salto entre la parte fantástica u onírica a la parte real, la ensoñación. En esta se mezclan situaciones reales del niño, como persona, con la imagen de él, que ya no es un muñeco. Ahí es donde aparece la realidad palpable, como son los suelos, las paredes viejas, su memoria a través de paisajes que ha vivido. Empieza a hacer una retrospección, analizando su pasado. Recuerda paisajes en los que él se ha sentido bien, son buenos recuerdos, pero agrietados porque están en el pasado y se ha perdido parte de su memoria, pero el niño sigue recordando lo básico. Tras este paso por su memoria, llegamos a la fase representada por los últimos cuadros, los de los azulejos con las baldas. Aquí el niño se da cuenta de que la sociedad es un muro infranqueable, pero físico y real, y está en su vida. En esta parte también se reflejan sus miedos simbolizados en lagartijas, paredes y azulejos agrietados, que hacen referencia a lo que era el campo de batalla. Aparece también un vaso de agua, que es la angustia que tiene que intentar quitarse.

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Tu niño es muy consciente de sus miedos, que condicionan su libertad, y que tú representas con un muro, ¿en qué miedos has pensado en esta ocasión?, ¿cómo los supera tu protagonista?

El niño deja de serlo en el momento en que es consciente de que es persona, cuando el muñeco deja de serlo y empieza a ser el reflejo de alguien. A partir de ahí ya no vemos niños, sino la idealización de alguien. Aquí el mensaje es más denso, no tan sencillo como la idea de pirámide –jerarquía-, o la defensa de la propiedad centrada en la comida, muy elemental.
Los miedos siempre son los mismos. Hay uno fundamental, que nos mete la sociedad que es el miedo al loser, a ser un perdedor. Esto cada día lo tenemos más inculcado. La sociedad te plantea un campo de juego y te anima a jugar, y te das cuenta de que para poder hacerlo no puedes ser un loser, tienes que adaptarte a las situaciones. Los miedos son comunes: que tus amigos te desprecien, que tu familia te rechace, la soledad, no dar a los demás lo que ellos esperan de ti. La mayoría de las personas deciden adaptarse a este juego de la sociedad, pero hay más juegos, más caminos.

Llegados a este punto, ¿quiénes son los verdaderos Guardianes de sueños?

Guardianes de sueños es una exposición que atiende a una iconografía aparentemente infantil, pero que a lo largo de la exposición se ve que es otra cosa diferente. Está dividida en cinco partes, que son distintos tipos de sueño. La narrativa consiste en contar distintos sueños en el pensamiento de un niño. Él está jugando con sus muñecos y se queda durmiendo. Poco a poco entra en un duermevela, donde empieza a imaginar, toda esta parte la quise representar en blanco y negro, grafito y tabla, donde aparecen sus iconos, sus juguetes. Poco a poco se van apareciendo más y las composiciones se complican. Cuando el niño se queda dormido aparece el color, a partir de aquí surgen las ideas de lo que el niño ha visto: militares, guerra, violencia… Al avanzar, los sueños se acentúan y aparecen los primeros guardianes.
Lo primero que aprende un niño es a defender lo propio, lo básico, que yo he representado a través de las frutas y verduras, la comida del niño, en definitiva. El niño antepone a su comida uno de los guardianes, la sociedad lo primero que enseña al niño es el sentido de propiedad.
Cuando el sueño es más profundo empieza la parte obsesiva, sus juguetes se descontextualizan de la realidad. El niño se da cuenta de que entre ellos siempre hay una estructura piramidal, en la que un muñeco que es el jefe y los demás están por debajo. Se obsesiona con ello. Esto da lugar a una profusión de cuadros con el tema de la pirámide con la intención de avasallar con ella al espectador. El niño se da cuenta que desde la época medieval –representada con muñecos ataviados con ropas de ese período- hasta el futuro, la estructura piramidal se repite siempre.
De la obsesión pasa a la pesadilla, y el niño se da cuenta de que él hace lo mismo con sus juguetes. Él es el jefe de sus muñecos, se pasa de una fase onírica a otra simbólica, donde el tablero de ajedrez es el campo de batalla que es la vida. Simboliza el descubrimiento del niño como una pieza más en el tablero de la vida. Y por más que luche siempre va a ser una pieza de la pirámide.
Finalmente el niño sale de la pesadilla, desaparecen los paisajes oníricos, sin elementos de realidad, sólo elementos flotando. Y aparecen los dameros, más simbólicos. Cuando el niño es consciente de ser una pieza más, desaparecen los muñecos en pos de representaciones de personas. Aparece la persona con el icono que ha creado para defenderse de la sociedad. Esos iconos amables que son nuestros guardianes, que nos protegen de la sociedad.

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Llegados aquí desaparece el sueño como fantasía y empieza la ensoñación, donde aparecen cosas reales y personas: se mezclan estas con sus realidades, así aparecen muñecos y situaciones cotidianas.
La salida de la ensoñación se produce a través de un sueño de caída, por eso, aunque la base sigue estando formada por cuadrados, losas, como los dameros, digamos que simboliza que el niño está entrando en la realidad.
La aparición de los cristales en los cuadros hace referencia al agua, porque cuando uno tiene una pesadilla, tiene la sensación de sequedad y angustia y necesita esa agua para recuperarse.
En esta fase el niño se acerca a sus memorias, a sí mismo. Los muñecos pasan a simbolizar personas, y se acuerdan de la casa de su abuela, de su pasado, de su familia, sus viajes y experiencias. Las grietas representan aquí la perdida de nuestra propia memoria, lo que vamos olvidando. También aparecen miedos en nuestra estructura de pensamiento. Y aparece siempre al fondo un muro de realidad, las tradiciones, la memoria que le impide salir de ahí.
Cuando el niño entiende que este muro –las convenciones- le impiden ser libre, entramos en la etapa de liberación. La estructura de los cuadros es la misma, pero han desaparecido los miedos y la angustia que simboliza el agua. Desaparece el muro y se entra a un mundo propio de fantasía, donde el niño entiende que es el único lugar para ser libre. Los elementos de los cuadros, en esta etapa, se van simplificando para incidir en la fantasía. Hasta que al final desaparece todo y queda el individuo flotando en su propia fantasía. Aparecen los Guardianes de sueños, representaciones de personas individuales que se enfrentan a la vida con su icono de guardián.
Al final planteo qué pasaría si todos estos individuos coinciden con un mismo objetivo: encontrar su libertad. En el último cuadro aparecen todos los guardianes diferentes colaborando en un mismo objetivo, buscando una nueva forma de ver la sociedad -Tapia lo plasma con un barco velero en el que todos los guardianes participan-.

Entrevista: Francisco Javier Nieto

Fotografía: Fran Bécares

Lugar: Museo de Arte Ibérico El Cigarralejo (Mula)

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Sobre el autor

Murciano del barrio de San Antón, soy Licenciado en Periodismo y Master en Radio. En el ecuador de mi treintena he trabajado en Onda Cero Murcia y Madrid, Onda Madrid, y los últimos años los he dedicado a la Gestión Cultural; soy medio Licenciado en Derecho, como muchos; y fui pianista en mis tiempos mozos, algo queda, al menos el gusto por la buena música. Pero sobre todo, soy amante de mi tierra, de su Historia, de su presente y su futuro.

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