Carmen Baena: «Quiero transmitir la sensación que deben tener los alpinistas que suben al pico más alto del Everest»

La escultora de los paisajes en mármol blanco, tratamiento poco común de este tema, consigue algo mágico, la capacidad de transportarte a lugares apartados del mundo y que transmiten silencio, frío, inmensidad, viento, paz… nos abre la puerta de su casa y de su propio interior. Nacida en Belerda (Guadix), aunque murciana ya, tras más de veinte años aquí, casada con un murciano y con hijos de la tierra. Es Licenciada en Bellas Artes por la Universidad Politécnica de Valencia, en la especialidad de Escultura, pero ha sido en nuestra Región donde ha desarrollado gran parte de su obra. Es una artista multidisciplinar, mezcla técnicas y materiales con un gusto sublime, desde el mármol o la resina hasta el carbono negro. Los paisajes gélidos, oníricos, minúsculos, inspiran sus esculturas, salpicadas por pequeños árboles dorados, casitas… Pero todo tiene una evolución, si empezamos desde el principio de su obra, las casas eran nidos y termiteros de barro donde metía fotografías de sus compañeros de Facultad, obras que pertenecen a la serie Espacios para mí, que eran como las cuevas de su pueblo; posteriormente, a esos habitáculos fijos en un sitio, les puso ruedas y surgen los Nómadas, que tienen movimiento, haciendo alusión a los diferentes sitios donde ha vivido; después de estos, vienen las Casas de Lluvia y Casas soñadoras, con alas; hasta llegar a los paisajes, con menos elementos, menos mezcla de materiales, se va haciendo cada vez más sencillo todo. Aunque amplía de una casa a un paisaje –que es más extenso-, pero en materiales hace a la inversa y los simplifica.
Desde 1992 con la exposición individual Espacios para mí, en Molina de Segura ha expuesto asiduamente en galerías destacadas, como ‘La Aurora’, en 2004, con su serie Témpanos de Tiempo; las galerías ‘Aunkan’ y ‘Casa Bruna’, en Barcelona. Uno de sus trabajos más destacados es Arbóreo, que se expuso en 2005 en la galería ‘BAT Alberto Cornejo’, en Madrid. Al año siguiente estuvo en Valencia, en la galería ‘Val i 30’, con Las raices del aireEn 2010 presentó Donde habita el silencio, en la galería ‘Alba Cabrera’, de Valencia. Y en 2011 se pudieron ver sus proyectos Cosido en la memoria, de nuevo en ‘La Aurora’; y Paisajes del alma en la afamada galería ‘BAT Alberto Cornejo’, en Madrid, donde es asidua.
También ha participado en exposiciones colectivas en Núremberg (Alemania), con el proyecto Vom Skarabaus Zum Beetle, en 1999; o Encuentros, en Querétano (México). En 2007 participó en Carte Blanche á Bruno Robbe, en Mons (Bélgica), y el mismo año en Goya 6 x, en ‘The Potteries Museum and Art Gallery’, en Inglaterra.
Su obra está en colecciones públicas, como la de la Comunidad Autónoma de Murcia y Ayuntamientos de la Región, como Molina de Segura y Ceuti. También en Ayuntamientos de la Comunidad Valenciana, como Quart de Poblet o Paterna. Y en Madrid, en el Museo Postal y Telegrafico.

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¿Cuántos años llevas en Murcia, es la ciudad que te inspira?

Desde el año 1991, ya me considero murciana también. La verdad es que cada uno se siente de donde ha nacido, yo no me siento tanto andaluza, que me suena así como granaína, sino que yo soy de Belerda, de ese pueblecito pequeño porque ese fue mi universo. En realidad, yo casi no salí de allí en once años –se refiere a su niñez-. Iba a Guadix o alguna vez a Granada, pero nada más, entonces para mí ese es mi universo, en vez de Andalucía entera, que es tan grande; después he vivido 16 años en Valencia; y donde más he vivido ha sido aquí en Murcia y mis hijos son de aquí. Yo me siento murciana, pero hay un empeño muchas veces de decir “la artista granadina o la artista andaluza” –comenta entre risas- y yo cuando lo leo me quedo un poco extrañada, pero bueno…

¿Dónde nació tu vocación artística, en tu Guadix natal o en Valencia, donde estudiaste?

Yo desde pequeña sabía que me gustaban dos cosas básicamente, dibujar y bailar, me hubiera gustado ser bailarina, si de pequeña me hubieran encauzado por ahí hubiera combinado las dos cosas. Estuve dos años sin estudiar cuando acabé EGB porque venían a hablarnos –al colegio- de Medicina, de abogacía, de no sé qué, y claro, yo no sabía que existía Bellas Artes. Soy de una familia muy humilde, en la que nadie había estudiado. Cuando me enteré de que existía la carrera de Bellas Artes hice el bachillerato.

¿Por qué la escultura para crear, aunque también hagas técnicas mixtas tan llamativas como las de tus proyectos Témpanos de Tiempo con fotografía, o Cosido en la memoria, obra sobre papel?

Desde muy joven hacía algunas cosas con barro, porque ya te digo que la zona de Guadix es una zona de arcilla, sólo tenía que cogerla de allí y mezclarla con agua y ya tenía buen material. Siempre me ha interesado más la escultura, aunque en la Facultad, tuve una etapa en la que quería hacerlo todo, pero me di cuenta pronto que me gustaba más la escultura, el volumen; el color, a veces intento incorporarlo, pero como siempre voy eliminando, en vez de añadiendo, para llegar a lo esencial… A veces meto el color y no me cuadra, trabajarlo es una cosa difícil, es más de pintores. A mí me gustaban más los volúmenes, los matices, los materiales: la piedra, el hierro, las herramientas, ese mundo me gusta más. Me siento más cómoda, después he ido añadiendo materiales según me han ido haciendo falta. Por ejemplo la resina para mantener elementos vegetales flotando, que son muy frágiles, por ejemplo, dentro de un paisaje un arbolito flotando; claro, ¿cómo dejar un árbol flotando en el aire?, pues con la resina puedes hacerlo porque es transparente y da ese efecto; con las plumas es igual.

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Has expuesto en multitud de ciudades, Murcia, Barcelona, Valencia, Madrid, incluso en el extranjero, en capitales como Núremberg, Querétaro, y países tan destacados en la cultura contemporánea como Bélgica o Inglaterra. ¿Dónde crees que has tenido mejor acogida?

Es difícil, porque la verdad que mi obra no todo el mundo la entiende a primera vista, porque hay que mirarla un poquito más, no está todo ahí tan explícito. Ha habido personas en todos esos lugares que sí la han entendido y otras que no. A veces me sorprende, aquí en Murcia, un transportista que nos llevaba la obra y un día vino al estudio y empezó a decirme cosas, yo me quedé alucinada porque entendía realmente lo que yo estaba diciendo y no era una persona con muchos estudios; y luego hay otras personas que sólo ven “la casita”, pero no les transmite, no saben realmente el significado. Por eso no sabría decirte un sitio en concreto –donde triunfe su obra- . Depende más de las personas que de los sitios. Aunque hay unos coleccionistas alemanes que son mis mayores fans, y los que mejor me entienden, pero no es por la zona, sino por las personas en concreto.

El pasado año participaste en la exposición Dentro de los muros, en la galería ‘Alicia Winters’, de Arnhem (Holanda), donde las participantes tratabais de exponer vuestro interior. Explícanos de qué forma lo mostraste tú.

Yo llevé todos los paisajes en mármol, y Cristina Almodóvar, que es una artista que me encanta, también participaba, llevaba mucha obra sobre papel. Y tiene mucha relación con lo que yo hago, aunque ella trabaja la naturaleza, pero sobre elementos microscópicos casi, o con más detalle, y lo mío era más desde el punto de vista del paisaje. Yo muestro mi interior en todas mis obras porque me pongo a trabajar y tengo que sentir algo cuando estoy trabajando, tiene que transmitirme, es mi interior lo que muestro siempre que trabajo. Habrá alguien que también haga paisajes esculpidos, porque hay muchos artistas en el mundo, y a veces a mí me enseñan cosas y fíjate qué coincidencia, pero es normal que lleguemos varias personas a puntos comunes, porque la casa no me la he inventado yo, ni los árboles, ni el paisaje, entonces hay también algo en el ambiente, en el imaginario, tenemos una cultura común y llegamos a puntos muy parecidos.

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El pasado mayo participaste en la exposición colectiva El secreto del bolso de la galería ‘BAT Alberto Cornejo‘, dentro del ‘2 Festival Miradas de Mujeres’, ¿qué nos puedes contar de la obra que presentaste, ese bolso redondo, cosido en negro, con la imagen de una mujer en posición fetal y pendiendo de una rama dorada?

Me propusieron que el tema era “el bolso”, y cuando me proponen un tema fuera de mi ámbito me descoloco un poco y lo que hago es llevar el tema a mi trabajo; y en ese momento estaba haciendo el trabajo sobre los círculos –hilo cosido sobre papel, serie Cosido en la memoria-, esto todo son encuentros, vi esa rama y me dije, esto es un asa; y el círculo es el bolso. Así voy enlazando cosas y llevando el tema que me han propuesto a mi trabajo. En realidad es una obra más de las mías, donde he combinado la rama más gruesa, más de escultura, y el papel en el círculo, un trabajo entre escultura y papel. Quedó muy bonito, porque lo pusieron sobre una peana, se podía dar la vuelta, con buena iluminación, y se veía la fotografía de la modelo por delante, y por el otro lado la misma modelo, con la misma postura, pero de espaldas.

¿Cómo nace tu relación con la galería ‘BAT Alberto Cornejo’, de Madrid, con la que tanto trabajas?, ¿qué tiene de especial?

Nace de colaboraciones en exposiciones colectivas, y ellos se fueron interesando poco a poco en mi obra. Primero llevé papeles pequeños, dibujos, hasta que me propusieron hacer una –exposición- individual, y he hecho ya dos. Ellos también son unos de mis mayores fans. Para los artistas es importante que haya fans, si no, ¿cómo lo vendes?

En tu obra escultórica reciente, contenida en el catálogo Donde habita el silencio, encontramos piezas en las que se une armoniosamente mármol, madera, resina, pan de oro… y que representan desde paisajes, como el volcán de la obra de La casa de Hokusai, hasta una iglesia copta de Lalibela, en la obra del mismo nombre, ¿por qué estos lugares, qué quieres transmitir?

Me viene a la cabeza, aunque yo nunca he hecho escalada de montaña, la sensación que deben tener los alpinistas que suben al pico más alto del Everest, esa sensación de estar ahí, ese silencio y esa vista, que a veces la describen ellos cuando están ahí. Yo no la he sentido, pero sí de otra manera, en los llanos de Belerda –su pueblo-, donde sólo se oye el viento y alguna vez un rebaño de ovejas- dice con una amplia sonrisa de añoranza- . Ese silencio total, donde sólo oyes la naturaleza y te fusionas con ella. Esto es lo que a mí me gustaría transmitir, la armonía con la naturaleza.

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¿Es cierto que en algunas de tus piezas te has inspirado en la tumba de Robert Luis Stevenson, en Samoa, como afirmaba Gontzal Díez, periodista de La Verdad?

No, no, pero me encantó cuando me mandó ese texto porque era total –dice entre carcajadas-. Pero eso yo lo he visto a veces, que vas paseando por la montaña y te encuentras una casa abandonada, ¿no lo has visto nunca? -me pregunta esperando una respuesta afirmativa, se nota que es una experiencia especial para ella-. Y en la casa un árbol, que estaba en el portal o en el corral o que como han pasado tantos años ha caído una semilla y ha nacido dentro de la casa que se ha quedado sin tejado, esa sensación en la que te viene a la cabeza quién ha vivido allí, cuántas vivencias, queda en el ambiente, aunque no haya restos concretos, pero queda ahí algo de la vida que ha habido en ese lugar. A mí me entra mucha nostalgia cuando veo sitios así –Carmen lo dice casi con rubor, como si estuviera descubriéndome algo íntimo-

¿A qué responde esta acertada amalgama de materiales, aparentemente incompatibles?, mármol, pan de oro, madera rústica, resina, plumas…

Es espontáneo, muchas veces son cosas que encuentro, por ejemplo, la parafina. Me gusta su forma y color, pero en concreto para la serie Cosido en la memoria no lo pensé. Estaba trabajando con este material para otro fin, para trabajar las peanas, haciendo pruebas sobre madera, tirándola líquida, a ver qué superficie podía conseguir cubrir, porque la parafina se seca pronto y si la intentas extender se nota. De repente tenía en la mesa de trabajo una rama y le tiré parafina y me gustó, y seguí, estas cosas se van haciendo así. Y de repente decidí meter una foto y de ahí se van haciendo pruebas y van surgiendo las cosas. En cuanto al oro –ella que es tan reacia a meter color-, a mi no me gusta llevarlo, en cambio en las piezas me gusta lo que transmite, ese toque religioso, noble. En una de mis esculturas que es un templo – la señala, está en el salón de su casa-, el interior es en oro y dentro lleva un árbol también en oro, que es como la casa del dios, o el propio dios, que consideraban algunas tribus primitivas. El oro transmite muy bien esa sensación de deidad.

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¿De dónde procede el mármol que utilizas, de qué tipo es?

Yo lo compro en Almería, pero casi todo el que utilizo es el griego de Tasos –usado desde la Antigüedad por su extrema calidad-; también de Yugoslavia, que hace tiempo que no traen; y uno, que es de Portugal, llamado rosa de Portugal, que tiene algunas vetas rosáceas, pero yo siempre intento elegir el que menos vetas tiene. No utilizo el de Macael porque lleva mucho gris, es muy difícil encontrar un trozo que sea todo blanco.

Cuéntanos cómo lo esculpes para que a pesar de ser grandes bloques, parezca algo liviano.

Esa sensación la da el movimiento que transmite, al representar ondas que mueve el viento –a veces simulando los trigales de Belerda- da una sensación más dúctil; también el hecho de mezclar lo orgánico y lo geométrico, me gusta mucho hacerlo, esta contraposición entre duro y frágil –hace referencia al uso del mármol, tratado más geométricamente, junto al uso de la madera retorcida, plumas…-

¿Qué pasos se siguen para dorar el mármol, consiguiendo ese efecto casi mágico?

Preparo la superficie con una pintura acrílica de color óxido de hierro y cuando está seca aplico el mordiente y el pan de oro, una semana después acabo con una capa de goma laca, eso es todo.

Dentro de estas obras hay una que se llama ‘Magma’, como nuestra revista, es un estrato negro sobre el mármol con un árbol dorado, háblanos de ella.

Esta obra comenzó siendo un río, pero después se transformó en un estrato de magma dentro de un paisaje, y es una de esas obras, que algunas salen muy directamente, y en el caso de esta no. Primero esculpí el río, la tuve un tiempo apartada y después mirándola pensé que podría ser un estrato de magma, es así como surgen a veces las cosas. Y me encanta añadir esas ramas torcidas por el viento –como en el árbol que se incluye en esta obra resistiéndose a la corriente de magma y al viento-, que se ve que han crecido en un sitio con mucho viento, porque me gusta el viento –confiesa entre carcajadas-.

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¿Cómo consigues representar paisajes casi interminables en un espacio relativamente reducido?

Esa sensación la produce el límite, no lo había pensado, porque hay cosas que no me planteo de forma teórica y me dejo arrastrar por mis sensaciones, pero quizás sea el hecho de que no hay un límite, es como si hubiera cortado una porción de paisaje, pero no está limitada. Si lo estuviera, daría menos sensación de amplitud. Es como pensaban antes que era la Tierra, plana y con un fin por donde caían, pues así son estos paisajes, con el horizonte a lo lejos.

¿Qué te gustaría transmitir en quien contempla estos paisajes escultóricos, donde yo casi noto el viento y el frío?

Me gustaría que les transmitiera cosas, lo interesante es que a cada uno le mueva y le transmita cosas diferentes, no solamente una, que –la obra- no sea tan evidente. A mí me han dicho que mis obras transmiten frío, viento, silencio también. Y todo eso está, porque yo me muevo con todas esas ideas. Son muy variadas y me gusta que cada persona me diga que ha sentido algo diferente.

¿Qué es lo que más ha llamado tu atención sobre cosas que transmite tu obra?

No creo que me hayan dicho nunca nada descabellado –hace memoria extrañada por la pregunta-. Me sorprende más cuando me dicen cosas que realmente ni siquiera las he pensado, porque sí que las he sentido, pero no las he pensado con palabras. Por ejemplo, cuando empecé a hacer mis primeras obras, me acuerdo que una amiga que vino a Belerda, a mi pueblo, llego allí y me dijo: “¡pero si esto es lo que tú haces!”. Y yo eso no lo había teorizado, digamos, no me había dado cuenta, lo había hecho de forma tan natural y tan instintiva… Y a partir de ahí empecé a pensar, pues claro, esto viene de aquí, aquello de allá, o a veces me ha sorprendido, que he hecho una obra y después me he dado cuenta de dónde ha surgido. Tengo una que es una pilastra con árboles grabados en ácido, y arriba hay un paisaje. Si vas por las alamedas de Guadix, para ir a mi pueblo tienes que pasar entre esas alamedas, y como es una zona alta y después está el llano, hay una casita en lo alto, que es como un cortijo. Le hice fotos porque era una casa sola en la inmensidad, del tipo de las esculturas que yo hago. Iba con el coche, los álamos no tenían hojas, y de repente miro hacia arriba y vi los troncos y las ramas de los árboles sin hoja y arriba la casa. Y entones dije: eso lo he hecho yo. Es una imagen que tenía en mi cabeza, porque he pasado por allí un montón de veces, de pequeña, y la había reproducido sin darme cuenta de dónde venía, eso me ha pasado a veces, a posteriori ver de dónde ha surgido –mi obra-. Dicen que la naturaleza imita al arte, pues ahí fue al revés. Me inspiro en algo, pero algo que ha pasado por los filtros de mi memoria, mis sensaciones, de mi vida. Esto es porque así me transmiten más –mis piezas-. Es difícil explicarlo, pero cuando he terminado una obra que me gusta me siento a gusto, me entra así como una felicidad. Y cuando no funciona, que a veces las miras y puedes decir, pues más o menos las veo iguales, de un estilo, pero a mí unas me transmiten y otras no. Y por eso me gusta tenerlas en mi casa, porque si una obra tú la ves un día, y otro y otro… y no funciona, te das cuenta, te cansas –de verla- y algo falla. Pero cuando las ves mucho y te siguen gustando, es que vas por buen camino.
Con algunas piezas quedas satisfecho, lo que cuesta es salir adelante, ¿y ahora qué hago, por dónde voy, qué estoy diciendo? Esto, si quieres hacer una obra verdadera, auténtica, creo que es muy difícil, por lo menos a mí me resulta angustioso a veces. Tienes que meterte en el estudio y empezar a trabajar y concentrarte. A partir de lo que tienes dentro y lo que tienes alrededor y te va surgiendo, pues así puede salir algo, por lo menos a mí. Habrá otras personas que lo tendrán clarísimo antes de empezar –la obra de arte- y todo estudiado, yo así no sé funcionar.

Creo que parte de estas obras van destinadas a los hoteles de alta gama de la cadena Península, ¿supone un reto para ti que vayan a estar expuestas en lugares tan visibles y para un público muy elitista?

En concreto es para el hotel de París. Es la primera vez que me hacen un encargo así, la verdad, y me hace ilusión. Yo he visto cómo va a quedar el hotel y son todo encargos hechos especialmente para ese edificio. Me gusta que mi obra esté en un lugar donde van a cuidar tan bien su exposición, la luz, todo. Me mandaron muestras para que yo eligiera el fondo, pocas veces te dejan intervenir tanto en el sitio donde va a estar tu obra. Para el fondo elegí un tono claro, porque me gustan los blancos sobre blancos, aunque cuesta más verlos, pero precisamente, yo tengo obras donde hay una línea, solamente una incisión en el papel, una huella o una tinta transparente, donde tienes que mirar porque me gusta que haya velos, que haya un poco de misterio.

En otras obras, como Casa de lluvia VII hay un árbol, cuyas raíces están visibles, acotadas por prismas de resina, como si fueran de agua, atravesados por hilos de acero, ¿qué quieres representar o transmitir con ellas?

No son prismas, son casas generadoras de vida –me aclara Carmen-, surge la idea de lecturas sobre ‘La rama dorada’, de James George Frazer, donde se estudian creencias de tribus primitivas, que puede queden algunas en el Amazonas, donde hay “hacedores de lluvia”, hechiceros que tenían la capacidad de atraer la lluvia cuando lo necesitaban. Pero estas obras en concreto vienen de aquí y de otras cosas que se me escapan, porque al final lo junto todo –comenta, como quien tiene su microcósmos tan sabido que no le hace falta explicarlo-. También interpretan la lluvia como símbolo de fertilidad, por eso aparece la figura del árbol naciendo del interior de la casa. Tengo una -‘Casa de lluvia’- en la que nace otra casa por la parte de abajo y el árbol nace por arriba. Los hilos metálicos –que contienen estas obras- son la lluvia, si los tocas recuerda al sonido de la lluvia, como los “palos de lluvia”, que los mueves y hacen un sonido similar. Esas varillas finas, con la luz, al ser metálicas se ve movimiento –como la lluvia en el cristal-.

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Hay tres elementos que se repiten siempre en tu obra: el paisaje, la casa y el árbol, incluso en tu exposición Arbóreo, las casas contienen un árbol, como en Templo de escarcha, o más aún, de sus cimientos brotan raíces, como en Raíces aéreas III, ¿por qué, responde a una simbología?

El árbol es la naturaleza, la casa es el hombre y el encuentro, la relación con la naturaleza es el paisaje -me aclara resumiendo, para no entrar en una teorización profunda-. Y con las obras que son templos enlazo con las creencias de pueblos primitivos, la creencia de que los árboles, los robles en algunas zonas de Alemania eran adorados como dioses o como la casa del dios, entonces tenían prohibido talar esos árboles. Y también en los robles nacía el muérdago, y en algún momento se ve dorado, de ahí lo de ‘La rama dorada’, de Frazer; de ahí también esa relación con los dioses de la naturaleza –y el oro-.

En tu serie Bebiendo de los cielos, anterior a la que hemos tratado, usas hierro, madera de olivo, cobre, acero, plumas…¿responde a una intencionalidad o era un modo de experimentar y que desembocó después en el uso del mármol?

Cuando utilizaba el metal –en esta serie- era una manera de construir las casas con el hierro, que anteriormente ya había utilizado; pero ahí también aparece -el concepto- ‘entre el cielo y la tierra’, tiene que ver con la mística del eje que pone en contacto el cielo y la tierra. Esos lugares, que cuando se iba a construir una ciudad se buscaba el sitio más idóneo que tuviera mejor relación entre ambos, cielo y tierra. Bebiendo de los cielos está sacado de un poema de Rilke, que me gustó mucho. El punto más alto de una montaña es la unión entre ambos lugares; o las hojas más altas de un árbol gigantesco, esa relación entre la tierra y el aire; las raíces, que están en la tierra, y el aire, que es la zona más alta. Siempre, ahora menos desde que hago paisajes, pero antes –mi obra- era muy vertical, muy elevada.

En esta serie, Bebiendo de los cielos, el tema central parece la casa, hecha de metal, esta vez la presentas atravesada por raíces de forma casi violenta, como en Casas de viento; otras veces aladas con plumas, como en Casa soñadora VII, incluso con alas de libélula y mariposa, ¿qué quieres transmitir con cada una de estas representaciones?

Para mí no es violento, es un poco de lo que te he contado antes, esas casas que me he encontrado abandonadas, derruidas, que con los años ha crecido un árbol, y a veces sí ocurre, a veces lo he encontrado en la naturaleza, que pasa una rama por la ventana y otra sale por el tejado… Para mí no es violento, es un efecto de la naturaleza, es un efecto de unión. Las Casas soñadoras son para elevarte todavía más, te sientes libre, sin nacionalismos, como yo, que no me siento de ningún sitio y no podría defender ningún tipo de nacionalismo. Son casas nómadas.

Y pasando a la fotografía, tu serie Témpanos de tiempo presenta fotografías inquietantes para mí, hombres y mujeres desnudos, atrapados en cubos de hielo. En primer lugar, ¿puedes hablarnos de la técnica que has utilizado?

La técnica es una doble exposición, primero fotografío a los modelos, y recorto la fotografía, los meto en contenedores con agua, los congelo, saco ese volumen y lo fotografío de nuevo sobre un fondo negro; doble exposición, doble revelado y doble positivado.

Parece que has pasado a tratar el tema del tiempo, personas inmóviles, sin acción, ¿qué idea has querido representar con estas fotografías, tiene algo que ver con el concepto del tiempo?

Es más el tema del silencio, es como meterte en una cámara amniótica, donde no escuches nada, aunque eso no es cierto, porque escuchas el latido de tu corazón. Yo no los veo atrapados, entraron libremente en ese espacio –dice riendo-, están ahí para aislarse más y concentrarse en el silencio. Ahora que estoy haciendo yoga, lo veo como una especia de meditación. Pero también está el tiempo.

¿Por qué has decidido tratar el cuerpo humano, cuando el grueso de tu obra son paisajes?

Surgió en la Facultad, en la asignatura de fotografía, empecé a hacer fotografía con compañeros que posaban para mí y hacía la misma técnica de doble exposición, colocando entonces sus fotografías en nidos de pájaros, en ramas de árboles, al final está todo entrelazado, pero no sé por qué decidí hacer fotografías de desnudos, simplemente me interesó para hacer esta serie con el hielo. Fue surgiendo y vi que podía hacer un trabajo que trasmitiera. Teorizo poco mi obra.

¿Por qué esas posiciones fetales de los personajes casi protegiéndose?

Sí, sí, es así, como en Espacios para mí, que eran espacios de protección, que si tú estás en medio de una sierra y si hay una nevada, tú estás dentro de una casa y estás protegido. La posición fetal –de los personajes de Témpanos de Tiempo– está relacionada con esta protección, protección frente a cualquier cosa. Cuando estamos dentro de nuestra madre también estamos en esa posición y ahí no sabemos de qué nos protegemos. Es una postura de recogimiento.

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Si tuvieras que encuadrarte en una corriente artística, ¿a cuál crees que perteneces?

Ahora ya no hay corrientes artísticas, eso ya pasó -justa aclaración para un neófito-. En el minimalismo, pero tampoco soy de esta corriente, porque el minimalismo puro consiste en un cubo –por ejemplo-, es abstracción pura.

¿Cuáles son los escultores que más admiras?

Hombre, yo recuerdo que descubrí a Giacometti y me encantó, no sólo las esculturas que tiene de personajes alargados, sino las que tiene en bronce, muy misteriosas; actual me gusta mucho Jaume Plensa; Henry Moore me gustaba quizás más antes que ahora, no me sigue atrayendo tanto como Giacometti, por ejemplo; Calder, con sus móviles; Cristina Iglesias también me gusta…

¿Cuál es tu próximo proyecto, que nos puedas adelantar?

El próximo proyecto va a ser en Alemania, con los coleccionistas con los que trabajo, que me entienden bastante bien. Ellos van a inaugurar una galería y la estrenamos PepeYagües, mi marido, y yo. Es la primera vez que vamos a exponer los dos solos, juntos en una misma galería. Yo voy a llevar paisajes en mármol y sobre papel; paisajes de estos en dorado, que llevan sólo lo que es el dibujo en dorado; y paisajes cosidos en blanco. Será para finales de 2014, porque la galería está en construcción cerca de Düsseldorf, incluso a principios de 2015, quizás antes surja otra cosa.

Entrevista: Francisco Javier Nieto

Fotografías: Fran Bécares

Lugar: casa de Carmen Baena

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Sobre el autor

Murciano del barrio de San Antón, soy Licenciado en Periodismo y Master en Radio. En el ecuador de mi treintena he trabajado en Onda Cero Murcia y Madrid, Onda Madrid, y los últimos años los he dedicado a la Gestión Cultural; soy medio Licenciado en Derecho, como muchos; y fui pianista en mis tiempos mozos, algo queda, al menos el gusto por la buena música. Pero sobre todo, soy amante de mi tierra, de su Historia, de su presente y su futuro.

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