Virginia Martínez (OSRM): “El día en que no me lo pase bien sobre el escenario, dejaré de dirigir”

Sobre el escenario del Víctor Villegas, cada músico va a lo suyo entre notas disonantes e instrumentos que terminan de afinarse. El ensayo está a punto de empezar: los intérpretes preparan el concierto del XX aniversario del Auditorio Regional. Y cuando empieza la música, el público vibra con las cuerdas, y los metales levantan sus campanas al cielo con actitud triunfal. La directora de la Orquesta Sinfónica de la Región de Murcia (OSRM) roba unos minutos al descanso entre conciertos y nos recibe con cercanía y sencillez. Virginia Martínez (Molina de Segura, 1979) está al frente de la Orquesta de Jóvenes desde octubre de 2006, y desde 2012 también dirige la OSRM. Virginia no desayuna cantatas ni bebe sinfonías, pues necesita momentos de evasión. De hecho, antes de convertirse en directora, escuchaba más música clásica en casa. Pero en el ensayo se entrega de la mano de su batuta, que siempre le acompaña. Incluso tiene una batuta rosa fosforito que brilla en la oscuridad del foso (bajo el escenario); aunque la batuta no es imprescindible, pues lo que más le fascina a Virginia es el lenguaje de las manos, descubrir cómo se pueden decir cosas sin hablar. Fue esta inquietud la que la llevó a dar un salto en sus estudios musicales y cambiar del piano a la dirección de orquesta, en la que debutó en 2003. Se acerca el momento de salir al escenario. Tan sólo hace unos minutos que Virginia está preparada, pues llega al concierto con el tiempo justo para realizar su serie de estiramientos. Es su momento de concentración en soledad. Se relaja y cuando sale, batuta en mano, la gente aplaude. Dos, tres y… (¡Música, Maestro!).

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“Mandar no es algo que vaya con mi personalidad”

Cuando un director de orquesta mueve la batuta, comienza un diálogo al que sólo los músicos pueden responder. El público cree que el secreto está en las manos. Pero para Virginia, las manos son un instrumento accesorio, pues la dirección forma parte de un ramillete de movimientos. La prueba está en que no para cuando se sube al podio: se levanta, balancea el torso, se sienta, marca el ritmo con el pie… Al ver a Virginia sobre el escenario, no cabe duda de que dirigir es como un baile. “No solo se trata de mover las manos, sino que es todo un lenguaje corporal: se baila, se respira…”, relata. Además asegura que el contacto visual con el bailarín o con el cantante es muy importante, pues le sirve para transmitirles qué voz o qué paso tienen que interpretar en cada momento. “Dirigir con los ojos o solo con la respiración es un ejercicio que me hacían en Viena. Es el símbolo de que las manos son un instrumento accesorio; lo que pasa es que con las manos es más fácil”, confiesa.

De Viena volvió a los 24 años, y en 2003 dio su primer concierto en Murcia, con la Orquesta Sinfónica de la Región de Murcia. Sin embargo, la juventud de Virginia, inusual en un director de orquesta, no le frena a la hora de hacerse respetar. “Es complicado, para un director joven, decirle a los músicos veteranos cómo tienen que hacer las cosas”, explica. Aunque algunas orquestas son más cerradas que otras, Virginia añade que alguna vez los intérpretes han intentado desmarcarse de sus instrucciones. Pero no es lo habitual. “Si los tratas con respeto, sabiendo que han tocado esa sinfonía doscientas veces más que tú y se la saben de memoria, no hay ningún problema”, detalla.

Así, durante el ensayo con la OSRM, Virginia indica a los músicos cual ha de ser el sonido exacto de cada nota, coloreando la partitura con su paleta personal. “Los directores no solo leemos las partituras, sino que somos intérpretes, y para ello hay que dar un paso más y jugar con colores, con sensaciones: ardor o calidez, frescura, alegría…”, sostiene.

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“Falta ardor” es, precisamente, la frase que más repite durante el ensayo de Titán (una obra de G. Mahler). “Para el XX Aniversario del Auditorio elegimos esta pieza porque acaba de manera muy festiva y, además, implica a 90 músicos”, afirma. Mientras practican, Virginia interrumpe el ensayo para añadir matices, da instrucciones precisas a cada instrumentista, corrige sus interpretaciones… Sin embargo, admite que no le gusta mandar. “Es verdad que tiene que haber un líder para que pueda llevar el ensayo, pero mandar no es algo que vaya con mi personalidad, por eso me rodeo de gente que me ayude, que también opine”, asegura.

De hecho, cuando debutó como directora, creó la Comisión Artística de la OSRM, en la que apoya su trabajo diario y la selección de la programación. “Intento que las decisiones no sean unitarias, sino fruto del trabajo de todos”, explica.

Pero en una orquesta, indudablemente, el director tiene la última palabra musical. “Tengo que marcar a los músicos el significado de cada frase, reescribir algún pasaje…”, ilustra. Por eso mientras ensayan, los músicos preparan sus lápices y añaden un marcato, un crescendo, un stacatto… Y cuando mueve la batuta, Virginia consigue que la música suene a su manera. “Le doy un sello propio, pero no solo es cosa de la batuta, sino del grupo personalizado de músicos que integra cada concierto”, reconoce.

Darle un sello personal a cada obra no es fácil, pues preparar una pieza implica algo más que estudiar la partitura. Antes de cada concierto, Virginia se mete en la mente del compositor para comprender lo que sentía cuando compuso la pieza y saber a quién iba dirigida, ya que para interpretar las notas hace falta un previo trabajo de investigación: “Siempre hay espacio para el intérprete, para el director, porque de eso vive la música. Eso es lo que hace que cada versión sea diferente”, revela.

Y lo que más le gusta de dirigir es que la música le hace soñar: “Se me olvida que hay hambre en el mundo, que hay sufrimiento, la música es capaz de evadirte de todo para que en ese momento estés en cuerpo y alma. Se me olvida todo, ¡hasta que tengo dos hijas!”, se ríe. “El día en que no me lo pase bien sobre el escenario, que no disfrute, dejaré de dirigir”, añade. Sin embargo, entre ensayo y ensayo vuelve a la vida real para atender a su hija pequeña, de tan sólo unos meses. “En casa, llevamos la batuta entre todos: uno plancha, otro hace la comida, otro friega… ¡Es otro trabajo en equipo!”, explica.

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“Lo mágico de la música es que no hace falta dedicarse de manera profesional para que surta su efecto”

Con sólo 6 años, Virginia empezó a tocar el piano. Pero para Virginia la práctica musical no tiene edad. “Eso es lo mágico de la música”- defiende, “que no hace falta dedicarse de manera profesional para que tenga su efecto. De hecho, a nivel amateur, es asequible a todas las edades: participar en corales, tocar un instrumento como hobby, montar una banda con los amigos…” Aunque a nivel profesional, admite que “si a uno se le despierta musa de la música a los 40, 50 o 70 años, es complicado, porque los niños aprenden mucho más rápido”.

De hecho, a los 13 años, Virginia relevó a su tía Pilar Fernández en la dirección de los coros infantiles. Y cuando se dio cuenta de que la orquesta tenía más colores que el coro, le entró la curiosidad por la dirección.

Virginia cuenta que su hogar destilaba música, y ese ambiente familiar fue decisivo en el inicio de su carrera. “Mi padre tenía un órgano en casa; también era guitarrista en un grupo de rock y siempre tocaba cosas de The Beatles”, recuerda. Su tía Pilar le abrió la puerta a las corales, pero la pieza clave de su salto a Viena fue su profesora de piano, Pilar Valero: “Pilar siempre tuvo claro que yo tenía que volar, y que alguien te anime a irte fuera no es algo que ocurra con frecuencia”, señala. Virginia terminó en Murcia la carrera de piano, pero no le gustaría actuar como solista en una orquesta. “Me pongo muy nerviosa cuando tengo que tocar en un recital, quizás por la rutina de exámenes que hemos tenido en el conservatorio. Intento que sea un instrumento familiar, que forme parte de la música de cámara a escala reducida, cuando me junto con amigos, pero nunca de cara al público”, admite. Pero con la dirección nunca le ha pasado eso. Así que con 20 años, Virginia hizo las maletas en búsqueda de su sueño: estudiar dirección de orquesta en Viena. “Lo que más me impactó de Viena fue que se respiraba música por todos los costados. Yo vivía enfrente de donde Beethoven compuso el Himno a la Alegría”, sonríe, mientras recuerda con cariño el ambiente cultural de la ciudad. A Virginia también le sorprendió que en Viena se pudiera acceder a la ópera y a la Orquesta Filarmónica por 3 euros. Y además, conoció a sus dos maestros: Georg Mark y Reinhard Schwarz (ambos directores de orquesta), que se ocuparon de su formación musical.

Virginia es consciente del esfuerzo que le ha supuesto llegar a donde está, por eso aconseja a los músicos que disfruten con su trabajo. “Trabajo e ilusión son los dos únicos ingredientes para alcanzar cualquier meta”, recomienda a los futuros directores.

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Desde su experiencia, reconoce que le ha sido difícil labrarse un nombre como directora, pero no por el hecho de ser mujer, sino por el de ser joven. “La experiencia cuenta mucho en un director; además, por más que estudie en casa, si uno no tiene la orquesta delante, no puede practicar. Con el piano, por ejemplo, puedes estudiar por tu cuenta, pero un director necesita la orquesta. Por eso es complicado, si no hay nadie que te dé la oportunidad de empezar a trabajar, siempre te va a faltar esa experiencia.”, recalca.

Virginia no ha perdido el contacto con los músicos junior, pues también dirige la Orquesta de Jóvenes de la Región de Murcia (OJRM), su gran tesoro: “Es una orquesta a la que le guardo un cariño tremendo porque los músicos van porque quieren, no cobran nada, mientras que en una orquesta profesional, los músicos van porque es su trabajo; a veces tienen más vocación, otras menos… Pero en la orquesta de Jóvenes, los músicos conservan la ilusión intacta, virgen, y no te piden a cambio nada más que la música”.

Una situación difícil

La situación de los músicos profesionales en España siempre ha sido difícil. Además, la OSRM es la que menos presupuesto tiene entre todas las españolas. Pero aunque afirma que siempre se pueden hacer mejoras salariales, Virginia reconoce que es una profesión de la que se puede vivir perfectamente y está orgullosa de los profesionales de la orquesta murciana. “De todas las orquestas españolas, la OSRM es la que ha sufrido desde siempre más recortes y estamos luchando para que eso se dignifique”, sostiene.

A pesar de que los músicos de la región sufren las consecuencias de los fuertes recortes presupuestarios, en los últimos años, la OSRM ha conquistado al público con las charlas pre-concierto, conciertos escolares y un variado programa. Virginia defiende que con esfuerzo, ilusión y mucha imaginación por parte de todos (desde los músicos, hasta el personal de oficina) pueden sacar adelante temporada tras temporada, “porque la verdad es que trabajamos con un presupuesto mínimo y casi irrisorio, y mantenerse con eso es muy complicado”, explica.

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Además de lidiar con los recortes, sus planes con la Sinfónica incluyen sacar la programación para este año, y partir al extranjero como directora invitada; aunque admite que no tiene más pretensión que la de disfrutar con su trabajo. Sin embargo, hay una obra en particular que aún le gustaría dirigir: La flauta mágica, de Mozart. “En 4º de solfeo mi profesora nos puso la película de La Flauta Mágica en blanco y negro, y comenzó mi enamoramiento con Mozart. La dirigí en el conservatorio cuando estudiaba, pero me gustaría hacerlo con la Orquesta”, explica, con ojos soñadores.

De sus actuaciones con la OSRM, recuerda especialmente el concierto benéfico por las víctimas del terremoto de Lorca con el grupo Vetusta Morla (2012), que se realizó en el Circo Price de Madrid: “No estoy acostumbrada a ese mundo, aparentemente diferente del de la música clásica; fue una experiencia fabulosa tanto como para el público como para la OSRM, y disfrutamos todos muchísimo”, relata.

Cuando se inauguró el Auditorio Víctor Villegas, Virginia tenía 5 años. Hoy, 20 años después, se ha convertido en la directora artística. “Mis sueños se han ido cumpliendo uno tras otro, desde formar parte del coro hasta irme a estudiar a Viena”, apunta. Y aunque se siente agradecida, confiesa que aún le quedan sueños por cumplir: “Me gustaría dirigir la Filarmónica de Viena o la de Berlín”, concluye.

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Entrevista: Paloma Fábregas

Fotos: Fran Bécares

Lugar: Auditorio Víctor Villegas, Murcia

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Sobre el autor

escribe para descubrir otras realidades; le divierte experimentar con el lenguaje y buscar lo extraordinario en la vida cotidiana. Periodista y licenciada en Derecho, ha trabajado en radio y en organización de eventos. Tras una temporada en Francia y Bélgica, decide hacer una incursión en lo que más le ha gustado siempre: el periodismo escrito. Cree que la escritura es como la música y trata de tocar los acordes que mejor le suenan, aunque empiece desafinando.

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