José Óscar López: «Lo que encuentro en la literatura es un acto de comunicación, de búsqueda, de amor hacia el lector porque le ofreces algo que le hace disfrutar» (y Parte II)

Mientras el Sol escapa poco a poco hacia la profundidad del horizonte, el miércoles rasga la semana y el Zalacaín se va llenando poco a poco de personas con risa propia, palabras atropelladas, e historias de las que nunca formaremos parte, ni oiremos jamás. El Ruido inunda la literatura y abre la vida, el elemento indispensable que, según José Óscar, debe estar en cualquier creación lingüística. Si el lenguaje nos puede distanciar, dejar constancia de ello es una forma de comunicación en el no-lugar. Una conexión en diferido: el lector en la realidad, por un lado, y el creador, por otro, en absoluto silencio, meditando, esperando la chispa de la creación. Tanto casi como la soledad: el enmudecimiento cultiva las obras destinadas a impactar en su público. Tras un breve descanso nos cambiamos de lugar, subimos un peldaño en la entrevista y nos adentramos en la locura y el humor que desprenden los monos insomnes, el apocalipsis en road movie del asesino y la absoluta desconfianza hacia el lenguaje, ya lo decía antes su autor, de ¿llegada? a las islas. ¿Por qué escribir? ¿Para dejar huella? Quizá nunca lo sabremos, pero sí que podremos conocer, como en “El silencio de las bestias” por qué una vez los animales hablaron y, como un eco prolongado hasta la muerte, callaron para siempre, callaron, callaron…

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¡Y llegamos a Los monos insomnes (2013)!, libro de relatos que transpira por todos lados imaginación. Tenemos, por ejemplo, a John Holmes, «follador supremo de aquellos años en los que todo el mundo follaba con todo el mundo: cuando todos dejaron de follar, él follaba por todos los demás». ¿De dónde provienen las referencias sexuales que pueblan tus textos y, también, el ritmo casi poético de la prosa?

Pensaba mucho en el lector escribiendo el cuento, por ese ritmo tan marcado que tenían todas aquellas frases que anotaba, y tan exageradas, tan rotundas. Quiero decir, esperaba que el lector se lo pasase tan bien como yo al escribirlo, mientras se me ocurrían todas esas cosas: “El follador tranquilo, el Buda de los folladores” o “Michael Landon, santo patrón de las familias numerosas”. ¡Me lo pasé muy bien! Mientras escribía la mayor parte de los cuentos de Los monos insomnes, me acordaba mucho de algo que decía Keroauc: disfruta todo lo que puedas escribiendo, porque una suerte de telepatía hará que el lector, más tarde, comparta ese disfrute.

En cuanto a la forma en que trato el sexo, bueno, pretende ser paródica porque está muy presente en nuestra sociedad, en la publicidad, en las relaciones de poder que atraviesan y cimentan nuestros vínculos sociales, nos manipulan con sus estereotipos y sus promesas, todo eso que ya empieza a deconstruir Freud, si es que no empiezan a hacerlo antes los novelistas del XIX. Pero es que lo piensas y es tan de risa, tan gimnástico y tan ridículo. Entonces, en este cuento concreto, decido hacer una parodia sobre un actor porno, el “Elvis del porno” lo llamaban en su época, y lo pongo en una situación peculiar, a la salida del purgatorio. Básicamente, meter a un actor porno en el mundo de La divina comedia. Además, el tema y la parodia se prolongan en un cuento posterior del mismo libro, El armiño telépata, donde hay precisamente un escritor a quien piden cuentas por haber escrito en el pasado, en su juventud, textos eróticos.

De hecho, en ese libro también hay mucho humor: «son dos tipos de la condicional, los reconozco porque los vi algunas veces acompañando a algún amigo condenado a los límites del tiempo subjuntivo», aunque hay algunos relatos, como el que le da título, que son oscuros, amargos o pesimistas.

El de “Los monos insomnes”, que da título a la obra, es verdad, por ser antiguo tiene otro tono, más oscuro. Éste y “Para engañar a la muerte”, como hemos dicho antes, son más antiguos, ahora me reconozco poco en esa oscuridad, la verdad. Esos cuentos tendrán fácil quince años o más. “Para engañar a la muerte” lo publiqué en una antología editada por Nausicäa, El corazón delator, y el de los monos salió en una revista universitaria mexicana, pero hace un chorro de años.

Sin embargo, toda esa imaginación proviene de tus lecturas y de los cómics, ¿no?

Sí, y del cine también, de casi cualquier medio en realidad. Cuando antes mencionábamos la serie B y la posmodernidad me he acordado de Adolfo Bioy Casares, que también escribe con esos referentes de serie B, pero no suele estar etiquetado como posmoderno.

Y con lo fantástico, ¿o no? Pienso ahora en el desbordamiento imaginativo de autores como Gógol o Bulgákov.

Tiene que ver con lo maravilloso. En realidad el comienzo del cuento está muy ligado a lo maravilloso y a lo fantástico. Piensa en el Romanticismo, el cuento no popular nace en esta época al igual que nace el de terror, el fantástico, el de misterio, etc. Y muchos de los grandes nombres del cuento del XIX, exceptuando a Chéjov, están ligados a lo fantástico, como ocurre en el caso de Poe, Maupassant, Hoffmann, el mismo Bécquer en España… Lo fantástico es un componente fundamental en el nacimiento del cuento moderno.

Con estos cuentos también huyes del estilo costumbrista español, a veces tan repetido.

Sí, es verdad. Me atrae mucho lo fantástico porque creo que como lector me abrí a ese género, en la época de la universidad, con Borges y Cortázar, los grandes maestros porque iluminan la realidad desde lo fantástico. Y es algo que tiene que ver con lo misterioso, lo maravilloso o lo inexplicable irrumpiendo en el mundo de la realidad, quizás por eso tengo un concepto del relato tan estrechamente ligado a lo fantástico. Hoy por ejemplo he leído con alumnos de cuarto de la ESO La casa tomada de Cortázar y me doy cuenta de que son esos cuentos que leí entonces, los que me hacen ligar de manera definitiva en mi cabeza el cuento al género fantástico. ¡No digamos Poe! Poe es el maestro. Y en español lo tenemos traducido por Cortázar, hemos tenido mucha suerte con eso. Leo a Chéjov o a Cheever y me fascinan, pero me parece muy divertido lo fantástico, creo que muchas veces la realidad solo es posible explicarla mediante lo extravagante, lo fantástico, lo misterioso, y también mediante lo paródico y la risa.

Creo que los cuentos de Los monos insomnes tienen en común todo eso, que juegan con el exceso y lo excéntrico. A veces me encantaría abordar la realidad de manera directa, como John Cheever, con esa inteligencia y esa exactitud, aunque sea amarga, pero me temo que esos no son pastos para mí. Suficiente tengo ya, supongo, con el tipo de relato que de manera más natural, como la cabra que tira para el monte, acabo haciendo. Quiero decir que ya tengo suficiente con ese tipo de relato, para tratar de hacerlo lo mejor posible. ¡No hay mucho tiempo para más!

Por otro lado, retomando lo que veníamos comentando sobre Los monos insomnes, tiene gran importancia la inmensidad, el punto de fuga, como objetivo final: «quiero una narración extensa que vertebre todo eso y lo sitúe en un plan, una estructura mayor. Un mapa donde uno pueda guiarse, y desplazarse dentro del propio mapa. Hágalo grande, gigantesco; porque se trata de perderse en él.»

Eso lo dice el protagonista de El mal, la brevedad. Es un lector voraz y compulsivo, ¡aunque no soy yo! y lo dice en unas circunstancias muy determinadas. Para mí, aunque es difícil de explicar, es… la narración o invención infinita es…Pienso ahora en La broma infinita, de David Foster Wallace, ese empeño titánico. Se trata de la vida, al final. De meter la vida entera, en una narración. En Variaciones al fin del mundo, uno de los cuentos de Los monos insomnes, creo que trato de parodiar un poco esto; y se abre con una cita del artista Damien Hirst: «en el fondo todo se reduce al deseo de vivir eternamente», y a lo mejor tiene que ver con eso, con querer ser inmortales a pesar de estar condenados a morir, de la compulsión lectora de devorar libros como salvación. Me interesan autores David Foster Wallace o Thomas Pynchon, ya que comparten esa pretensión de querer meterlo todo en una narración. Como he dicho en relación a los cómics, me fascinan casos como el de Jack Kirby, que llegó a dibujar muchísimas páginas con una capacidad de invención perpetua, en cuyos mejores momentos no deja de desarrollar ideas a cada cual más impresionante con su constante redoble imaginativo, inventivo.

El final siempre se nos va a escapar porque morimos, la vida es demasiado breve. Decía Chaplin que la vida es tan breve que solo nos da tiempo a ser aficionados. El punto de fuga por el que preguntas es, quizás, la vida eterna, aunque sea imposible. En los mejores empeños literarios se encuentra muy presente ese punto de fuga, que también está relacionado con la religión, con el intento de trascender nuestros límites, de ir más allá. El escritor tiene que mostrar esa invención perpetua haciendo al lector partícipe de esa narración. Además, la vida es muy desagradable y el punto de fuga tiene que ver también con la evasión y la reconciliación con la realidad, el arte y la literatura nos vinculan con la realidad y con la vida tratando de arreglar lo que está roto.

Uno de los motores que me inspiran para escribir es el malentendido, la forma en la que nos malentendemos continuamente y cómo la literatura nos sirve para entendernos mejor, quizá, o para tratar de deshacer el malentendido, e incluso para sencillamente reírnos del malentendido. Es algo que tiene que ver mucho con Kafka, pues ofrece visiones de sueños o pesadilla, muchas veces angustiosas, aunque precisamente Foster Wallace resaltaba el humor encubierto que había en sus obras. Creo que lo asociamos muchas veces con lo angustioso y la pesadilla, de ahí el adjetivo de lo kafkiano, pero también hay mucho humor en obras como El proceso o El castillo. Me recuerda al cine mudo, con esos personajes absurdos como los que interpretaban Chaplin o Buster Keaton. Y eso ocurre igual con Samuel Beckett, por ejemplo, con toda esa obra tan oscura y tan desesperada, tanto que llega a ser cómica. La única película que hizo, Film, no es una coincidencia que la hiciese con Buster Keaton. Precisamente estos actores del cine mudo son personajes que se malentienden una y otra vez con la realidad, y en sus tropiezos continuos está la comicidad. Al final tiene que ver con lo que yo encuentro en la literatura, la risa de ese malentendido gigantesco.

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¿Quizá también uno de esos ejemplos podría ser Lovecraft? Ese acto literario que transmuta la realidad en lo monstruoso.

En Lovecraft tienes otro ejemplo de un personaje muy peculiar que tiene problemas con la realidad, vivía de noche y tenía miedo de los demás. Se tomaba muy en serio esos terrores y era un poco ridículo. Pero todo eso lo convierte en literatura, en narración, en un ejercicio de imaginación maravilloso, y que a mi juicio tiene mucho de cómico. Quizás lo cómico resida en el hecho de que queramos pasarlo mal. Hace poco me comentaba un amigo, Javier Moreno, que él no entendía por qué la gente disfruta pasándolo mal con las películas de terror, y yo trataba de decirle, ¡pero es que es divertido pasarlo mal, en la ficción! Aunque sí reconozco que es algo bastante ridículo, es decir, elegir voluntariamente pasarlo mal con una película o con un relato de terror de Lovecraft o Poe.

Creo que en el fondo hay algo paródico que hace que nuestros miedos reales se desmonten de alguna manera, que nos estemos riendo de nosotros mismos sometiéndonos al ejercicio de pasarlo mal. La clave final de lo literario es el placer, gozar el texto, y Lovecraft es un verdadero orfebre urdiendo textos disfrutables. Y estamos hablando al final de catarsis, concepto que Aristóteles situó en el centro de su poética. El ser humano está lleno de cosas horrorosas, así que un concepto como el de catarsis no tiene por qué ser mala cosa, no.

Tenemos que seguir también con tus obras, ¡qué nos perdemos! Creo que a todas luces Vigilia del asesino (2014) es el poemario donde cobran mayor importancia el apocalipsis como destino final y el estilo épico: «La máquina del mundo engrasa demoníaca / el turbio mecanismo que nos nutre / y nos devora: espera su tributo.»

Bueno, Vigilia del asesino tiene un final feliz, precisamente trato de ofrecerle a su mismo protagonista una catarsis de su visión de pesadilla, exagerada y negativa, apocalíptica en su doble sentido, de desastre final pero también de revelación. Creo que esta visión está muy inspirada en los poetas de la generación beat como Allen Ginsberg, así como en la contaminación de géneros, de medios. Un buen día descubro que estoy en medio del proceso de escritura de un libro, en el que estoy mezclando un tono poético que a mí me recuerda mucho a Ginsberg -quizás también por su ritmo, como de versículo bíblico-, con cierto cine de carretera. Creo que ahí afloran dos pasiones mías, los poemas largos de Ginsberg y el cine, sobre todo por el ritmo de ambos.

Además el poemario tiene muchas referencias míticas, como Caín y Abel.

Sí, pero es que la mítica es narración, es épica. Y trata de explicar los orígenes. Bueno, la Biblia explica los orígenes y también el final de todo, algo que me parece fantástico. Soy agnóstico pero la Biblia me interesa mucho, está ahí, muy al inicio de nuestro ADN cultural, de la misma forma que lo está la literatura clásica, la mitología griega.

No en vano, para Diego Sánchez Aguilar la Vigilia del asesino es un canto del Ser de nuestra época, de la sociedad occidental postindustrial del siglo XXI en la que la periferia, según José Daniel Espejo, también cobra gran importancia.

Tomé notas para algunos de esos poemas después de venir en coche de todas esas zonas que hay camino de los centros comerciales, de La Nueva Condomina, o de las zonas residenciales cerca de la costa, el producto de la burbuja inmobiliaria: edificios construidos en medio de la nada, verdaderas ciudades fantasma. Es un espacio muy presente en el poemario por lo terrorífico que tiene descubrir todas esas urbanizaciones deshabitadas, construidas para nadie en medio de la nada.

Incluso, como nos recordaba Cristina Morano, presentas a un asesino que sabe que la euforia sangrienta se irá, que incluso se mira a sí mismo asesinando: «pues se me dio a escoger entre la vida / y la muerte, elegí la vida. // La elijo a cada instante, la aprieto entre mis manos / para sentir la sangre que hace tiempo / dejó de circular / en ellas, / en mis manos. // El tiempo que el latido / tarda en cesar, / yo vivo».

Ahí está la exageración del personaje, un poco el punto de fuga si lo quieres, la épica en la que trato de hacer una narración. Ya no se trata solo de hablar de sentimientos o de describir la realidad, sino de crear un personaje que a mí me parecía que podía servir para terminar de componer un puzle en el que encajasen las piezas de lo que yo quería decir en unos versos en los que, al final, no ha habido plan previo, solo una inspiración muy loca, una nube terrible que yo veía ahí delante y en la que quería adentrarme. El asesino es el personaje protagonista y ordena todo lo que va sucediendo a su alrededor, es el centro de la road movie. Toda road movie quiere hacer, en la descripción de su periplo, un retrato de la realidad. En medio de toda esa inspiración muy loca, de esa manera determinada de mirar el mundo, me encajaba un asesino solitario que vagaba en su coche de un lado para otro, mirando el mundo y describiéndolo a su manera. El ser humano como asesino, si quisiéramos hacer una metáfora. O sin metáfora. El mundo es una cosa muy exagerada y tremenda.

Esto recuerda también a una de las tesis de Walter Benjamin, según la cual todo documento de cultura también lo es de barbarie.

Sí, por desgracia en Europa la cultura nos llevó a la barbarie más absoluta. Es una sombra que tenemos muy presente, pero nunca lo suficiente. El hombre civilizado no puede vanagloriarse de mucho. Hemos descubierto que llegar muy lejos culturalmente, producir una filosofía o una música maravillosa, como hicieron los alemanes, no es incompatible con una civilización desquiciada y asesina que extermina a las personas en masa.

La Escuela de Fráncfort analizó el fenómeno cultural, bien como esperanza, bien como posible amenaza si se degrada, porque en realidad es un elemento muy poderoso: ¿por qué escribir? ¿Cuál es el papel de la literatura?

¡Esa pregunta! Bueno, es difícil explicarlo. Pero creo que la escritura es una forma de decir lo que no se puede decir de otra forma. Antes te he hablado del malentendido y de cómo la literatura puede ser una manera de enfrentarse a ello, a nosotros mismos, y de cómo tratar de deshacerlo o de reírnos de ello. Pero sobre todo lo que encuentro en la literatura es un acto de comunicación, de búsqueda, de amor hacia el lector porque le ofreces algo que le hace disfrutar. Cada vez lo tengo más claro: la literatura como acto de amor, aunque suene cursi.

¿Podrías, además, decir autores, artistas o personas fundamentales en tu formación literaria?

Hay tres o cuatro libros que me descubren la literatura: Crimen y castigo de Dostoievski, La metamorfosis de Kafka, El extranjero de Albert Camus. ¡En eso de los libros, había algo muy gordo y excitante, pero también terrible! Y ya que lo he mencionado, hablando de Los monos insomnes, Edgar Allan Poe. Lovecraft o él me hacen pensar en la capacidad que tienen algunos autores de convertir la escritura en un acto de comunicación que produce, ante todo, un placer absoluto. En el cómic, el cine o la pintura me interesa cómo cada uno de estos medios juega con una especificidad única, cómo cada uno puede comunicar de una forma muy concreta, y muy distinta la una de la otra. Es una de las conclusiones a las que puedes llegar profundizando en otros medios, más allá de tratar de mezclarlo con lo literario, que también. Quiero decir, que la clave está, acaso, en esa especificidad de cada medio.

Me interesa de la literatura aquello que solamente la literatura puede expresar, aunque ahora se habla mucho de otros medios que ocupan el lugar de la literatura. La poesía, el teatro y la novela ocupaban en el siglo XIX el lugar que ahora ocupan la televisión, el cine, los videojuegos, YouTube. Me gusta la experiencia del texto literario que cuenta una historia de una manera única, mediante la palabra. Pienso, por ejemplo, en Moby Dick: la historia es muy sencilla, un señor obsesionado con cazar una ballena, pero reducir el argumento a eso sería como decir que la Biblia trata de un montón de gente dando vueltas por el desierto. Se han hecho adaptaciones al cine, al cómic, pero realmente la verdadera experiencia de esa historia se transmite solo mediante la combinación exacta de palabras que eligió su autor. Me interesan, en definitiva, los autores que logran comunicar de una forma absolutamente única lo que quieren comunicarnos.

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Claro, pero en tu caso los medios son variados porque has escrito poesía, relatos, ensayos, futuras novelas, etc. ¿En qué género te sientes más cómodo?

Definitivamente en la prosa, cuando escribo poesía es porque ella lo decide, me elige en un momento determinado, aunque todavía no sé si he escrito poesía de verdad. Me siento muy inseguro porque es un género muy exigente. Con la prosa sí siento que domino más o menos el proceso, que estoy al mando. Con la prosa puedo decirme: voy a escribir. Te pones y si te empeñas al final tienes algo decente, pero la poesía… Aunque cuando logras un poema, o algo que se parece a un poema, que en ese momento crees que sí, que es un poema… la sensación es única, es algo gigantesco.

Sin embargo, antes de llegar a tu última obra publicada, me gustaría comentar algunas otras cosas: ¿destacarías algo del panorama actual de la Región de Murcia?

Destacaría la cantidad de gente haciendo cosas interesantes. Mencionar algunos supondría no citar a un montón, te he mencionado a algunos que conozco desde hace ya muchos años, pero hay muchísima gente en muchos medios, poesía, novela, etc., haciendo cosas muy interesantes.

¿Y la escritura de ensayos? ¡Estoy listo, estoy listo, estoy listo! Bob Esponja: apuntes para una fenomenología espongiforme fue un artículo que escribiste para la revista El Coloquio de los Perros, aunque también destacaría aquel trabajo que me comentaste sobre la relación de Borges con los románticos.

En realidad son encargos. Bueno, lo de Borges es un trabajo de fin de máster, aunque la cabra siempre tira para el monte y lo acabe planteando como un libro, no me quedé en la obligación académica. Desde la historia de las religiones al cine de Nicolas Roeg, y con centro siempre en una estrella binaria: Borges y los románticos, un aparente oxímoron; mi tesis era que el oxímoron no es tan grande. Me hizo mucha ilusión que todos los miembros del tribunal destacaran que, a pesar de la cantidad de información y de referencias que aportaba, el trabajo se leyera con mucho disfrute.

El ensayo sobre Bob Esponja es un encargo que me hace Juan de Dios García para la revista El Coloquio de los Perros. Me lo pasé muy bien escribiéndolo porque era algo muy loco. Trataba sobre la serie de dibujos animados, que de alguna forma está muy en la línea de lo que se hacía en el cómic underground, alternativo o independiente, de hace décadas, y que se sigue haciendo a día de hoy. Pienso también en series actuales como Hora de Aventuras o Historias Corrientes, es interesante que ocupen el lugar que tenían antes los dibujos animados de la Warner, por ejemplo. Fue un placer tratar de hacer un ensayo loco lleno de citas de filósofos como Derrida o Deleuze, filósofos my locos, también, y gamberros a su modo, y hacerlo dentro de la tónica gamberra de la serie.

¿Entonces, para ti es esencial la lectura de ensayos?

Es fundamental, ofrecen lecturas más profundas del mundo. Uno ve los documentales de la televisión, por ejemplo, y no tiene nada que ver, para contarte algo interesante se tiran media hora, llena de repeticiones cansinas, lo toman a uno por tonto, y con esa música adormecedora… El ensayo es un género sin sustituto posible, ¡cómo no va a ser esencial! Un ensayo requiere una lectura meditada, seria, mediada, detenida de las cosas.

¿Es posible que lo ensayístico pueda ser una vía de expansión literaria?

Sí, claro, antes hemos mencionado a autores como Deleuze o Derrida, la deconstrucción, y muchos de esos filósofos tienen un pie puesto en la literatura, aspecto que siempre me ha interesado desde que empecé a leerlos, descubrí que tenían mucho que ver con la literatura. Claro que la literatura está en los comienzos de la filosofía, con la poesía de los presocráticos, a los que adoraba Nietzsche. Pienso también en Barthes, en libros suyos como Fragmentos de un discurso amoroso, que nos recuerdan que el ensayo es, siempre y ante todo, otro género literario más. Hay autores que tratan de hacer filosofía, pero al mismo tiempo están haciendo literatura pura y dura. ¿Por qué los escritores no iban a hacer lo propio con la filosofía?

Llegada a las islas (2014) es, por último, un poemario que llega con retraso, pero que aparece lleno de referencias musicales, retro pop, mitológicas, bíblicas, filosóficas, arcanas que van emergiendo gracias al uso del apropiacionismo o, más recientemente según Bourriaud o Fernández Porta, el sampleado de referencias.

La poesía tiene su ritmo y sus circunstancias, yo por ejemplo escribí Agujeros y lo publiqué justo después, pero Llegada a las islas me dio tiempo para pulirlo y pensarlo mejor. No es inhabitual que los libros de poemas se tiren años en un cajón hasta que son publicados, cosa que con los cuentos también me ha pasado. En cuanto al apropiacionismo de Llegada a las islas, parte de una anécdota muy concreta: comencé el libro con los dos primeros poemas, los escribí seguidos, una primavera hace ya once años, y el segundo comienza con un verso de Pessoa tomado al azar de uno de sus libros, tras leerlo en portugués y transcribirlo, y a partir de ahí seguí con el resto del poema, Cuando un amigo lo leyó, me dijo: “hombre, esto es apropiacionismo”, y como yo no sabía qué era eso él me explicó de qué trataba, que provenía de Estados Unidos, etc. Más tarde, ese verano, decidí tirar del hilo de esos dos poemas para tratar de hacer un libro. Y me acordé del apropiacionismo, y me dije: pues vamos con el apropiacionismo. Y me acordé de los samplers musicales. Y salpiqué de samplers algunos de los poemas porque sentí que formaban parte de lo que yo quería decir en ese momento.

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«Música punk autista, / hilos de baba. // Guitarrazos, guitarrazos», también la música es otra de las referencias fundamentales en tus obras y en Llegada a las islas.

Bueno, está ahí, es una de las cosas que nos rodean, una de las cosas buenas, la música es algo milagroso.

Aunque también es, como Agujeros, uno de tus poemarios más personales: «solamente los actos expresan un sentido / y yo te amé con todo lo que tuve». Me gustaría que ahondaras en este diario vital en el que se entremezclan lo extraño y lo hermético, como la torre, con la huida de la tragedia hacia una vida en pareja fértil, como ocurre con el final feliz de “El tango mágico”.

Agujeros tiene poco de personal, muchos poemas eran exageraciones y esto también pasa aquí un poco. Considero que este libro último, Llegada a las islas, nace en un momento para mí muy especial, y sus partes inventadas son…. La invención de esas experiencias forman parte de la experiencia que yo quería contar. También el poemario participa, como Vigilia del asesino, de un viaje hacia el final feliz, Llegada a las islas es precisamente un libro donde trato el tema del malentendido que venimos comentando. Quizás el final feliz de ese malentendido consiste en que el poema encuentre su lector.

El malentendido, en efecto, que proviene del lenguaje: «borracho de palabras, como entonces / febril y agradecido, / lejos de mí, hablando por hablar, / brillando para nadie», mostrando su doble faceta: curación frente a la realidad y enfermedad de la que hay que desconfiar y que, incluso, nos acaba apartando de los demás.

El poemario nace en un momento en el que siento que el lenguaje ha dejado de servirme para comunicarme con los demás, es un momento para mí de mucha confusión, y de repente escribir ese libro me permitía volver a las palabras, al amor por la palabra. Lo pasas muy mal cuando tratas de usar el lenguaje para acercarte a los demás y lo único que este consigue, sin embargo, es alejarte, te termina llevando al malentendido y a la confusión. Eso son los temas principales de Llegada a las islas, creo. En algunos poemas me abandono al puro placer de narrar, de usar el lenguaje por usarlo, no para tratar de llegar a una significación concreta, sino sencillamente por el placer de hacerlo. En este sentido John Ashbery para mí es muy importante, porque descubro su poesía justo en ese momento, en ese estado de confusión y de tristeza, de impotencia. Ashbery me recuerda algo que ya comprobé en su día con las vanguardias históricas, el surrealismo, etc., y es que el lenguaje también puede servir para “no decir nada”, al menos en apariencia: ese decir tanto en un aparentemente decir “nada”. ¿De qué trata un poema de Ashbery? A veces es difícil decirlo, pero ahí hay un viaje a alguna parte donde lo importante no es hacia dónde se va, sino el viaje en sí mismo. Me parece muy liberador y divertido, llegó a ser terapéutico para mí, aquellos días.

De hecho, autores como W. G. Sebald o Agustín Fernández Mallo han tratado el viaje de una manera lingüística a la vez que icónica como ocurre en las imágenes que incluyes que, incluso, ¡están tachadas!

Las imágenes las incluyo en algunos de los poemas. Quería que en el libro estuviese representado el origen de algunos de estos poemas, que es mi cuaderno. Forma parte de mi día a día. Hay también alguna fotografía, que yo sentí formaba parte de ese proceso de tomar anotaciones de mi día a día. Con lo del tachado te refieres a que junto a los dibujos hay también fragmentos de textos, porque proceden de mis cuadernos. Todo esto viene de la época en la que ilustraba mi blog con dibujos escaneados directamente de mi cuaderno. Para que éstos tuvieran protagonismo y que los textos que hay alrededor no se lo robasen, es decir no fuesen leídos, los tachaba con el Paint. De ahí surgió lo de las palabras tachadas, de una forma un poco azarosa.

Ahora, además, con esta última obra toca volver la vista todavía más atrás: «Hubo una vez que mi padre era joven, lo sé porque yo lo soy ahora (…) y cuento el tiempo que me queda. Sé de ese tiempo por los días que pasan cada vez que me levanto y salgo a trabajar», ¿cómo ha cambiado tu vida desde entonces? Supongo que, entre otras cosas, uno de los mayores proyectos habrá sido tener un hijo.

Pues… ¡qué pregunta! Es que la experiencia de ser padre es muy gorda. Creo que la literatura sirve para recuperar esa capacidad de asombro que tenía uno cuando era niño, por ejemplo, y es maravilloso ver eso mismo en tu propio hijo, ese asombro puro y original, en su mirada hacia el mundo al que acaba de llegar.

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¡Qué raro! Está llegando la hora de acabar pero… ¡No quiero que llegue ese momento! Me interesa un aspecto por el que hemos pasado de puntillas, pero que está muy presente en tu obra: el contacto de tus personajes con el Mal o, en definitiva, su condición de «seres sometidos, pese a todo, a sufrimientos sin igual: un dramatismo atómico, un pathos nuclear».

Sí, estás citando del ensayo de Los Supremos. Me lo encarga Salvador Luis, para un libro sobre los superhéroes. Bueno, los superhéroes son héroes de caballería modernos, los caballeros andantes de la era postatómica. Stan Lee llama, por ejemplo, a los X-Men Los Hijos del Átomo. ¡Epítetos épicos, como en la épica clásica! Muchos de los temas serios del siglo XX se mezclan con la mitología de cuadernillo barato. Estos personajes se enfrentan al mal a su manera exagerada y dramática y, en cierta manera, un poco ridícula, porque no dejan de ser personajes que se visten con pijamas ceñidos. Pero al final de todo esto sí hay un tema muy serio, que es el tema del mal, es fundamental en la literatura y en el arte. Los finales felices los pongo yo en algunos de mis libros como una forma de venganza contra ese cúmulo de obstáculos infinitos que es la realidad. Porque el mal, desde luego, es el gran obstáculo, el gran tema, como mínimo, de la narrativa.

Claro que la narrativa es un continuo work in progress: ahora estás escribiendo varias novelas, y también guardas varios proyectos en el cajón, ¿no?

Pues tengo una novela en la que me he tirado muchos años trabajando y creo que está terminada. Mi objetivo ahora es intentar publicarla. Tengo más historias empezadas, muchos cuadernos llenos de anotaciones, pero de momento se van a quedar ahí. Ahora mismo lo que me apetece es pausar un poco el ritmo, estoy agotado.

Y no-finalizar, volver al origen otra vez porque en realidad damos vueltas en círculo: si fueras tu peor villano, ¿cuál serías?

A mí me atraía mucho Magneto en la época en la que crea el Asteroide M con sus poderes, para exiliarse allí. Cuando ya no es exactamente un villano. De pronto ya no es malo ni tampoco bueno, se transforma en un personaje indefinido, complejo y harto de las intrigas y las complejidades que hay a su alrededor, de la gente que lo persigue. Ese exilio en su propio asteroide me parecía muy atractivo, pero al mismo tiempo sé que no podría identificarme con un personaje así. No existen asteroides en que uno pueda exiliarse, de la misma forma que no existen las islas, la llegada a ninguna isla: las islas somos cada uno de nosotros, y estamos condenados a la pluralidad, a estar rodeados, a la amenaza eterna del mal y a la tentación constante de tratar de entendernos de una vez.

Entrevista: Héctor Tarancón

Fotografía: Elena Merino

Lugar: Zalacaín, calle Enrique Villar 13

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Sobre el autor

(1991, Albacete). Graduado en Historia del Arte por la Universidad de Murcia (2009-2013). Máster Universitario en Filosofía Contemporánea (2013-2014). Vocal de la Asociación AHARMUR. Colaborador y Miembro de la Redacción en Tebeosfera, también ha participado en las revistas Culturamas y El Coloquio de los Perros. Línea de Investigación: Relaciones entre el Arte Contemporáneo y la Cultura Visual, por medio de la Cultura de Masas y la Literatura.

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