Cristina Morano: «Creo que la huida y el escape, de una situación que para mí es puro desasosiego, es la parte más importante de mi poesía» (Parte I)

Hace frío. No conozco demasiado a Cristina. Estoy algo nervioso. Esta entrevista no estaba prevista. Me levanto con tiempo de sobra. Yo quería entrevistar a Radio Cobra Super Sound. Me relajo y el tiempo pasa demasiado rápido. Cuando hablé con David Cano surgió esta posibilidad. Afortunadamente, vive cerca de mi casa. En aquel momento todos hablaban de “la Morano”. El camino se hace corto. Resultaba demasiado interesante para no hacerla. Voy un poco tarde. Repasar la trayectoria de una autora desconocida. Conozco a Elena, la fotógrafa, en el portal. Sacar las entrañas de la Región: con el sonido del timbre no habrá vuelta atrás. Cristina Morano lleva desde su nacimiento descifrando un lenguaje que se adhiere a ella como un tatuaje indeleble. Comienza con unas rutas del nómada (1999) que nunca abandonará, acompañada, eso sí, por el pan y la leche (2000) y la insolencia (2001), para no morir de inanición (pese a que la vida nos quiera así) hace falta atrevimiento, ruptura: otra actitud. Es difícil no salir despedida por el intento ritmo al que la someten y, consciente de ello, también ha practicado el arte de agarrarse (2010), así como el ritual de lo habitual (2010): minuto tras minuto, hora tras hora, sólo las costumbres permiten modelar el talento y… lo más atroz del ser humano. No es difícil imaginarla, por todo esto, en el salón Barney (2014) escribiendo poesía y relatos para luchar contra el nuevo cambio climático (2014), los nuevos obstáculos y los nuevos excesos del poder. Pero siempre le quedará, como otros tantos, hacer las cosas en legítima defensa (2014), sólo así, quizá, sea posible otra realidad.

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«A principios de 2000 me propuse: este, año o publico en una editorial nacional o en un premio nacional o dejo de escribir […]». Ha pasado algo más de una década desde la entrevista que te hizo Ángel Manuel Gómez Espada para El coloquio de los perros, así que, volviendo la vista atrás, ¿cómo ves tu situación actual ahora que has publicado en Bartleby?

Muy bien, no quiero pecar de modesta ni de falsa modestia, pero creo que ya estoy jugando en Old Trafford; clarísimamente, vamos. Creo que he conseguido muchos de mis objetivos, y además he conseguido un premio de la Revista Magma, que es algo de prosa, porque yo nunca había conseguido nada en prosa, solamente en la revista YoDona. Por eso estoy muy contenta me encuentro muy a gusto, creo que he conseguido lo que me proponía.

Porque publicar es toda una aventura, pues como dijiste: «oye, yo quiero escribir, tengo este talento. Se trataría de coger una serie de poemas tuyos, un currículum y mandárselo a un agente literario». ¿Todavía hay esperanza o todo cae en la visión apocalíptica de un mercado literario que nunca ha existido?

Pues yo creo que eso ya, por lo menos, no lo voy a conseguir; quizás alguien más joven que sea narrador sí lo vaya a conseguir, pero creo que eso de vivir de la literatura, más o menos, no es posible. Si fueran novelas… pero es que ni así, hay mucha gente que publica novelas. Me siento orgullosa de haber publicado en Bartleby y creo que he llegado a unas ciertas metas, pero vivir de eso, tener un agente, y llevar una vida que se entienda por literaria: ser traducido, publicar en otros lados y esas cosas, definitivamente, no lo veo posible. Lo veo difícil de conseguir incluso para cualquiera porque el libro ya no es una cosa que se venda, antes se vendía tanto para estudiar como para entretenimiento, y esa parte de entretenimiento ya no existe, se venden Ipads, se venden tablets, pero no libros. Entonces yo creo que vivir de eso, conseguir esas ventas… yo creo que no.

Claro que la web 2.0 lo cambió todo en 2004, pues en la antología El Salón Barney, de José María García Linares, comentas que «con Internet tu visibilidad crecerá como la espuma. La de los demás también, claro. (…) Pero lo más importante que hago es esperar a que algún editor aparezca por la ventana del chat de Facebook».

Sí, eso es un chiste sobre mi propia vida y sobre mi propia concepción de mí misma como un gran fraude. Sí, efectivamente, eso es lo que hago lamentablemente desde que estoy en paro, en eso consiste mi vida como escritora, paso el tiempo en eso.

Pero yo no creo que eso sea un fraude, con todo lo que has hecho.

Sí… he hecho muchas cosas, pero parte de ellas han sido chateando por el Facebook, lo cual para mí es un fraude porque es lo mismo que estos de las tarjetas black, cuando se iban de cacería y durante éstas hacían los negocios: pues tú haces igual, contactas con alguien por el chat, tonteas, no sé qué, le dices cosas y entonces a partir de ahí surge una amistad que te lleva a publicar en un determinado sitio.

Lo hace todo el mundo, además, como lo de salir por las noches y quedar en Madrid en tal sitio: «oye pues te voy a presentar a fulano, pues le vas a publicar, pues sí, pues no», eso es así. Para mí es lo peor de cualquier tipo de trabajo, he pasado por diseño gráfico, publicidad, literatura, y todo el mundo trabaja así. Todo el mundo. Primero tienes que conocer y entonces te dan equis trabajo. Algunas veces sí que funciona porque, por ejemplo, con Bartleby sí que me ha funcionado, les mandé el libro y el director de la colección, Manuel Rico, le dio el visto bueno, y de hecho José Óscar López mandó el libro de Baile del Sol y le dieron el visto bueno sin conocerlo de nada. Pero eso es una parte muy pequeñita, la mayor parte de las cosas suceden por tonteo, por fraude, por historias tontas. Y eso me joroba mucho, esa parte de mí muy maruja y fraude me jode mucho.

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Pero volvamos, antes de que sea demasiado tarde, a la poesía. Tus tres primeras obras, Las rutas del nómada (1999), El pan y la leche (2000) y La insolencia (2001) surgieron en muy poco tiempo. ¿Beneficia publicar tanto en tan poco tiempo? De hecho, repites algunos poemas en los tres libros.

Sí, eso es debido a que, por desgracia, los concursos de poesía y sus bases, que parecen estar redactadas por semovientes discretos, te exigen un número equis de versos, siempre te lo exigen, y normalmente por encima de quinientos. Yo creo que el Premio Loewe y alguno más son los únicos que piden trescientos versos, y eso para un poeta ya es mucho, ¡imagínate quinientos! Todos esos libros que tú citas están publicados con premios y son libros que yo he tenido que “fabricar” añadiendo y repitiendo para llegar a ese número de versos.

Esto además te dice mucho sobre esa base estúpida que se repite una y otra vez en los concursos: «deberán ser inéditos», cuando el cien por cien de los jurados no se ha leído ni el cinco por ciento de lo que se publica en España al año, entre otras cosas porque es imposible, ya que se publican muchísimos libros en España y en el Perú, me da igual. Realmente, es por eso que te digo que las bases de los concursos están redactadas por algún tipo de subnormal, no sé, con algún tipo de problema, porque ni es posible atender a ese verso inédito ni llegar a seiscientos o setecientos versos cuando el poeta vive mucho del recorte, de la síntesis. La poesía no es un río y son muy pocos los poetas que han hecho eso, excepto Lord Byron que escribió los veinte y cinco mil versos del Don Juan y Shelley y dos o tres más… pues hijo no somos de esos.

El nómada confirma: «-seguro de que todo continúa / exactamente igual después de muerto-». Tus poemas parten de una certeza: por mucho que nos esforcemos nada va a cambiar, ni siquiera la muerte ofrece un instante de reflexión.

Sí, ahí yo soy muy pesimista, creo que la muerte es como en las películas de ciencia ficción: sigues estando en el mismo sitio, en el mismo lugar, con los mismos problemas, es así de triste.

Y de pronto el lector se encuentra con esto: «-sus planes consisten / en intentar descifrar eso que escapa-». Más que búsqueda lo que parece que domina es la huida. ¿Pero hacia dónde? ¿Es el intento de escapada una búsqueda en sí?

Yo creo que me quedo en la huida. Nunca he estado enteramente a gusto en ninguna de las partes de mi vida, cuando era niña sobre todo fui muy desgraciada por problemas personales, no por familia ni por nada así, y me escapé de allí y ahora estoy en Murcia, pero podría estar escapándome. Sí, creo que la huida y el escape, de una situación que para mí es puro desasosiego, es la parte más importante de mi poesía.

Lo dices claramente, no eres de pan y de leche: «he aprendido la táctica del hierro: / Apretar los dientes, no olvidar. / No decir nunca la verdad. / No confiar. No future». Pero quizá esa actitud es la única que permite resistir ante los envites de la vida, ¿no? Además, ¿no se empeñan demasiado las personas en ser dulces cuando no lo son?

Sí, bueno… Ya en los últimos años esa actitud de dureza y de justicia se me ha caído de las manos. Ahora busco un poco de calor, aunque sólo sea con los animales, pero esa etapa de justicia en la que valoraba mucho este aspecto, el bien puro, la dureza… Se me ha caído un poco de las manos, quiero un poco de bondad, no sé si es eso, pero ahora la bondad para mí está por encima de otras cosas, me parece más válida. Pero bueno, ahora la verdad es que estoy muy bien, me encuentro en una etapa en la que estoy muy a gusto con mi vida.

Pero todo se encuadra en la ciudad. La Movida Madrileña de tu juventud, la huida a la Región de Murcia («Al salir a la Gran Vía, / recuerdas que tampoco perteneces / a este lugar al que llegaste huyendo»), siempre pensando en París, en Francia como lugar idílico («Me vendería después / a cualquier turista norteamericano / para pagarme un último viaje / probablemente a Francia»).

Sí, siempre la ciudad, quizá porque soy de pueblo y entonces cuando naces en un pueblo muy relacionado con el campo, con tareas agrícolas, tienes la naturaleza como un ser aún más despiadado que la Cristina de la Justicia. Entonces realmente para mí la gran ciudad ha sido el sitio del calor, de la bondad, del encuentro… de la huida. Es un sitio en el que permanentemente puedes estar huyendo, si te conocen mucho en un barrio te vas a otro y así vuelves a reinventarte, ¿no? O tienes un grupo de amigos y de pronto llega un joven de la universidad a tu casa, como tú, y ya te haces otra historia. Eso siempre me ha gustado, siempre eres anónimo en la ciudad y eso me fascina. Eso que para algunos pensadores ha sido un problema yo creo que es una gran virtud: eres anónimo siempre, nunca nadie te va a conocer, lo cual es fantástico porque siempre te vas a poder reinventar: puedes salir a la calle con una peluca y empezar de cero incluso en el mismo barrio.

Para mí eso es muy humano, decía Adorno que «hoy es imprescindible no tener una casa y no tener nada a lo que llamar hogar», es una frase que me gusta mucho. Me gusta eso de reinventarte, no tener una personalidad definida: vives aquí y allá, hoy esta casa no me gusta y ahora me voy a otra de alquiler o me voy a otra ciudad. La única ciudad posible hoy, es la ciudad contemporánea. Hay ciudades que idealizas porque has vivido en ellas, tengo a París muy idealizada cuando probablemente sea tremenda (de hecho iba sola), la tengo como un lugar donde he sido muy feliz, y donde incluso una vez intenté encontrar un trabajo; había un anuncio diciendo que se buscaba un maquetador para una revista, podría haberme quedado a vivir allí. Hubiera sido un buen sitio.

Igual me pasa con Lisboa… Córdoba… Siempre grandes ciudades. Y siempre que me han dicho pues vamos a pasar tal día a Asturias o a la montaña reconozco que no he ido horrorizada. Pero Madrid también la tengo idealizada y la tengo súper vivida: ha sido mi hogar, mi sitio, donde iba a comprar con mi madre, el sitio donde he ido a presentar todos mis libros, también ha sido una ciudad hermosa para mí.

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Más tarde vino El ritual de lo habitual (2010), que trata sobre la propia barbarie del ser humano y el ejercicio del poder sobre la mujer. Un buen ejemplo es el poema 15: «Francisca: ama de casa, estranguló a sus dos hijos menores con el cable de un móvil – Mi hijo mayor me pregunta / por sus hermanos, mira los cuerpos / y no dice nada. Es obediente».

Es un libro sobre la obediencia y por qué hay que desobedecer incluso a uno mismo. Ese poema hace referencia a una señora, la parricida Francisca, que mató a sus dos hijos menores, no al mayor, con el cable de un móvil y, efectivamente, fue un asesinato tremendo con premeditación y alevosía, no fue nada pasional, ella lo estuvo preparando además durante meses y meses, entonces era una cosa absolutamente horrorosa.

En su momento leí la sentencia cuando salió el juicio y todo, y lo que encontré fue una historia de maltrato y de obediencia tremenda. Yo quería hablar sobre la desobediencia, y creo que esta mujer mató a sus hijos menores porque obedecía al imperativo social de que las mujeres tienen que tener descendencia. Era una mujer a la que no le gustaban los niños, el primer hijo lo había tenido por amor con su marido y después el marido se fue por ahí, tenían problemas, y ella había seguido trayendo hijos al mundo en contra de su voluntad, solamente por obedecer el imperativo social. Entonces me pareció una víctima más de la obediencia de los modelos de mujer.

Como ese libro iba sobre esos modelos de mujer, ese conflicto que tenemos las mujeres sobre la obediencia, y sobre el control que debemos ejercernos sobre nosotras mismas para con la sociedad e hijos, padres, familia, y cuerpo. Fue uno de los poemas más difíciles de escribir porque yo me esforcé en encontrar algo digno en ella, no quería condenarla como si hubiera sido una tonta. Ella en el fondo no debería estar en la cárcel sino en un manicomio porque era una adicta a la cocaína, tomaba pastillas, había estado internada en un psiquiátrico y había perseguido disfrazada a su marido. Todo eso era clarísimamente un ejemplo de delirio paranoide total, lo era y lo seguirá siendo si está en la cárcel y nadie se lo ha tratado.

Lo que asusta, además, es que lo habitual sea la injusticia, la violencia, el sufrimiento, etc. Mi favorito, lo reconozco, es el poema 11: Asifa: mujer afgana de Kabul. Sólo está el título, no hay nada más: la mujer muchas veces no tiene ni voz con la que llorar.

Sí, exactamente. Lo has dicho muy bien, nada que añadir.

Imagino que tampoco es casualidad que la última sea Francesca Woodman, fotógrafa de la que has hablado en numerosas ocasiones. La tristeza adquiere su máxima expresión: una joven se quita la vida, la vida ha podido con ella.

Ella se quita la vida también por un problema de obediencia, era un genio total, para mí una visionaria inteligentísima: había tenido unas notas excepcionales desde el colegio, y había ganado premios y becas para estudiar fotografía solamente con su talento y sus notas. Era una chica completamente conceptual, completamente trascendente, y las veinticuatro horas de su vida eran reflexiones acerca del arte, la vida, su cuerpo, y el cuerpo de la mujer, ¡las veinticuatro horas! Y todo eso es que no hay cuerpo que lo resista, incluso el genio tiene que desobedecerse a sí mismo y descansar.

Ella era una persona que estaba en constante análisis y claro, cuando llega a los veinte años y se enamora por primera vez en su vida, claro, no sabe lo que es el primer desamor, la catástrofe. Estando ella en constante análisis, constantemente buscando una representación, un símbolo de tal, un análisis de cual, llega un momento en que no lo pudo resistir. Entonces claro, si ella hubiera desobedecido su genio, se hubiera relajado y se hubiera tomado dos cervecitas conmigo allí en la Plaza de las Flores no se hubiera tirado por el balcón. Eso, además, a mí me afectó, al igual que conocer a su familia, su obra y así como conocer a la familia y la obra de Paul Celan. Han sido dos cosas que a mí me han marcado muy mucho, para mí fueron traumáticas incluso.

Es en este poemario donde tu ritmo poético adquiere gran valor simbólico: en tus primeras obras no titulas los poemas, dejas que sucedan, paso a paso nómada, por las páginas. Y aquí aparecen numerados para referenciar casos concretos.

El Ritual de lo habitual es un libro científico, documentalista, los poemas están numerados y muchas de las frases y de los versos son copias de los textos de los periódicos, diarios, sentencias, etc. En el caso de las dos torturadoras son textos sacados de la CNN y de la CBS, traducidos de las noticias en sí, y en el de Francesca Woodman de lo que viví con la familia, es un libro muy documentado, nada libre. Lo numeré porque también quería un texto más técnico, nada emocional porque sé que los temas que trataba podían ser muy emocionales.

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¿Y cómo llegaste a conocer a la familia de Francesca Woodman?

Porque durante mi trabajo en Tropa hacíamos catálogos para los museos, de exposiciones. He conocido a todos los artistas que han venido a Murcia: David Delfín, Orlan y su marido, Pedro Cano, por supuesto Francisco Jarauta, Eric Celan, el hijo, y la familia de Tadeusz Kantor. Muchísima gente. A todos los que han pasado por Espacio V, La Conservera, y Verónicas les hemos hecho catálogo.

Metal. Óxido. La desobediencia, pero también la insolencia: «representábamos la única belleza / posible tras los hornos crematorios».

Ese verso es muy insolente porque me pongo en la línea de Adorno y Benjamin, de los fragmentos de sus escritos que he podido leer. Lo tengo muy presente, el punk, con toda su negación del orden y de la inteligencia y su puesta en valor del idiota, del pobre y del tonto, era para mí la belleza que a Adorno le hubiera gustado. También pienso mucho en Benjamin, y a Kafka también le habría gustado esa negación del orden y de toda la desaparición de la Ilustración que representa el punk: soy tonto y quiero ser idiota. No solamente reniego de la civilización sino que también la inteligencia me la suda. La civilización dio lugar a los hornos crematorios así que… ¡viva el punk!

Las piezas del puzzle comienzan a encajar con el tiempo, los pasos siguen una línea: después de los viajes, el hierro, la insolencia y la rutina, tenía que llegar El arte de agarrarse (2010), ¿queda algún sitio en el que descansar del ritmo incesante de la vida? ¿Podemos sujetarnos a algo? Uno de los poemas lo expresa a la perfección: «Si el cazador no eres tú quién lo será en tu reino».

Ese libro, El arte de agarrarse, está escrito cuando yo pensaba que una de las cosas que más me gustan, y a la que me agarro mucho, son los cuerpos desnudos. No digo nada nuevo si digo que me gustan mucho los hombres, alguien dice: «me gusta mucho follar», pero no, a mí me gustan los hombres guapos. Quizá sea por mi educación en dibujo artístico. Cuando estudié diseño grafico y edición todavía era una asignatura de artes gráficas, durante los cinco años de la carrera siempre era al desnudo. El apunte del natural era una de las asignaturas más importantes y eso a mí me sanaba: ver un cuerpo desnudo callado, sin palabras, sin mentiras, sin decir nada. Es como el punk, aquí está la civilización, aquí está la palabra y aquí está el lenguaje y aquí estoy yo como animal desnudo. Eso a mí me relajaba, me acuerdo que entraba en la clase y ahí estaba el modelo que tocaba y sentía paz, como un zen. En los hombres que he amado, y a alguna mujer, siempre he encontrado una gran belleza y un gran descanso. En este libro, el poema de la noche está relacionado con el cuerpo desnudo, y es para mí un verdadero asidero.

La lucha, por supuesto, continúa según la incertidumbre, las alteraciones, los cambios climáticos: «dónde acabaremos esta vez / y a qué nuevos dolores habrá que acostumbrarse», incluso parece que el sedentarismo es erróneo: «siembra y cosecharás fuego».

Siembra y cosecharás fuego, con el sedentarismo sucede lo mismo que con el hogar: creo que no es bueno, pero aquí el Cambio climático es una crisis, un cambio, un nuevo arrancar de la carretera, esta vez empujados por la crisis, por los problemas. O sea, es un libro profundo, pero también es un libro social, no se me caen los anillos por hacer poesía social, es un libro muy de denuncia. El Charnego es el nómada igual que en mi primer libro, pero esta vez expulsado por el trabajo, por la crisis, por la sociedad. También porque me he visto así, parte un poco de mis vivencias.

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La poesía social lucha también contra el tremendo sinsentido de la vida: «No entendemos nada. // No, nada; ningún libro, ni un cuadro ni señal, / ni verso alguno nos haría / ir más allá de esta fatiga. / Sólo esta luz final de las tardes de invierno / nos descubre desamparados / en busca del dinero y del calor, // disputándole el mundo a nuestros perros».

Ese poema es muy de denuncia social. Ahí está el hombre sin ningún tipo de asidero ni hogar, y además está expulsado de algo tan básico como podría ser el trabajo, el obrero, nunca he entendido eso que dice la izquierda de «la dignidad del obrero es el trabajo». Pero no, el trabajo es una alienación, es una cosa terrible que nos pasa, y a mí me aterroriza y he buscado siempre no tenerlo, solo que hay que trabajar. Es tremendo y creo que no solamente el ser humano tenga que estar en perpetuo movimiento porque esa es su esencia sino que además se ve impelido y nunca encuentra asilo, hogar, tierra, un sitio. Yo eso no lo he encontrado y creo que en el fondo la gente se equivoca si piensa que lo tiene.

La desolación se ve en todo su esplendor en el amor, al final hay un lamento por la soledad del sujeto, por la imposibilidad del amor o, al menos, de un acuerdo mínimo. Es, según lo veo yo, como un reverso de El maestro y Margarita, de Bulgákov.

Ese libro me gustó mucho cuando lo leí, es optimista. Ahí no te puedo decir, es que yo no he tenido la suerte de tener una comunicación tan plena con otro, ni siquiera he tenido suerte en el amor. No he encontrado, no sé si porque no he querido o porque no lo he hecho bien, la manera de formar un hogar ni de estar a gusto con otra persona, la verdad es que no.

De todos modos, tu trayectoria poética impresiona por su solidez. Mientras que muchos poetas deciden cambiar de tema, estilo o perspectivas; tus reflexiones evolucionan, pero se mantienen en la misma línea.

Gracias. Bueno, son nuestras obsesiones, el otro día hablaba de José Óscar con un amigo y dice «es que se parece mucho a la Vigilia del asesino». Sí, cada poeta tiene un tema, una obsesión, y está bien desarrollarlo a tope porque nunca acabas de decirlo todo, además aunque lo hayas dicho todo, aprendes cosas nuevas. Entonces sigues en esa línea, a mí no me molesta, me gusta seguir con esa misma línea, evolucionar dentro de ella. Me gusta esa búsqueda sobre la injusticia, el nómada, la incomunicación, eso es lo que me llena, eso es lo que son los grandes problemas, para mí y para mucha gente. Los grandes problemas son la incomunicación, la soledad, el no poder encontrar una vida sino que uno tiene que pasar hambre, sufrir las injusticias: que un señor lo tenga todo porque haya nacido de un noble, o porque se lo hayan dado por una corrupción. Eso me saca de mis casillas, es que no lo puedo evitar.

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Claro, hay como ciertas “afinidades” entre los poetas. Mientras que versos como los de José Daniel Espejo y Diego Sánchez Aguilar luchan contra el vacío, la pérdida del amor/afecto y la alienación de la rutina, tus poemas asumen la desolación, la muerte, la pérdida. No concibes la vida de otro modo.

Exacto, sí, nunca he conocido el amor de verdad, es algo que no lo he conocido, por tanto no tengo esperanzas en ello, ¿no? Realmente hay un poema de Cambio Climático, “El hombre del pelo largo”, que escribí cuando estaba con mi anterior pareja. Siempre pensaba lo mismo desde que lo conocí: ¿cuál de sus gestos me dolerá más cuando se haya ido? Y yo creo que ese poema refleja el gesto ese, él llevaba el pelo largo. Cada uno es como es, yo soy una persona de convivencia muy difícil, por tanto para mí el amor y otras cosas están negadas: la permanencia en un trabajo, la tenencia material, la estabilidad psíquica, el encuentro con amigos, etc., eso por mi carácter, tampoco lo he encontrado.

A pesar de que tengo vista y tengo pies, y estoy sana, no me quejo. Cuidado, todos mis poemas, todos mis versos en los que hablo de esa desolación, tortura o incapacidad de la vida para realizarse como tal no los hago para quejarme, los hago para decir: «oye, que es que me doy cuenta y estoy con vosotros», porque estoy segura de que el resto del mundo está igual. No lo hago no porque sea infeliz, yo soy una persona muy feliz, todos los días cuando acaba El Intermedio me acuesto con mi gato y dudo que haya alguien tan feliz en ese momento como yo. Estoy conociendo a David Foster Wallace y creo que nunca me ahorcaría, o sí, no lo sé, pero mi deber es poner en libro, dejar por escrito, que la vida es así de tremenda y que estoy con todos, estoy con la gente.

En los recitales se me acerca mucha gente analfabeta, pequeñas marujas de estas que van a los recitales de vez en cuando, o chicos muy jóvenes que nunca han escuchado ni leído poesía, y después se me acercan algunos llorando. A mí eso me emociona. Que una chica con una camiseta de Marilyn Manson se me acerque y me diga: «¿me puedes dar tu email? Porque te quiero enviar cosas». Que un niño analfabeto de mi instituto de estos que están en la Huerta, perdidos del mundo, lea un poema y se quede con la boca abierta… No sé, me gusta mi poesía, me gusta el contacto.

Claro, eso es la ventaja de esa poesía de lo cotidiano, que une a la gente y luego queda la posibilidad de hacer algo más.

Sí, sobre todo el consuelo, la poesía cotidiana, al hacer un lenguaje fácil consigues la capacidad de consuelo. Yo eso no lo desprecio, ni la capacidad de los conceptos o las abstracciones. A mí me gusta mucho, por ejemplo, la capacidad de Javier Moreno de llegar a conceptos relativamente abstractos haciendo frases muy bellas, con una belleza incluso de sus aliteraciones. Dice un verso: «el zarajo de los días», eso tiene gran belleza. Y yo creo que mi lenguaje consuela, creo que es cotidiano y es accesible, lo cual me gusta. Luego si alguien como tú o Alfonso García-Villalba lo lee, estoy segura de que encontrareis más cosas y otros conceptos aparte de la cotidianidad.

(Parte 2)

Entrevista: Héctor Tarancón

Fotografía: Elena Merino

Lugar: Casa de Cristina Morano

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Sobre el autor

(1991, Albacete). Graduado en Historia del Arte por la Universidad de Murcia (2009-2013). Máster Universitario en Filosofía Contemporánea (2013-2014). Vocal de la Asociación AHARMUR. Colaborador y Miembro de la Redacción en Tebeosfera, también ha participado en las revistas Culturamas y El Coloquio de los Perros. Línea de Investigación: Relaciones entre el Arte Contemporáneo y la Cultura Visual, por medio de la Cultura de Masas y la Literatura.

4 Respuestas a Cristina Morano: «Creo que la huida y el escape, de una situación que para mí es puro desasosiego, es la parte más importante de mi poesía» (Parte I)

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  2. Margaret says:

    No se si soy BICI genia pero sed soy BICI adicta =) desde que en noerimbve 2011 me reencontre con la bici y pense9.. a ver q onda ir a laburar en bici ? No pare9 mas todos los dias Colegiales-Plaza de Mayo! es un placer! tardo menos que en subte y puedo RESPIRAR!!!Un placer poder participar!! Hay otra calle muy amigable Teodoro Garcia.. tiene una trepada linda de empedrado, pero esta muy buena y los conductores respetan bastante a los ciclistas!

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